Vacaciones de Semana Santa

Vacaciones de Semana Santa

Ayer miraba, mezcla de asombro, de envidia y mil cosas más, como algunos de los vecinos, los que no tienen cochera, je, je… cargaban las cosas en los automóviles, listos para emprender las en algunos casos merecidas vacaciones, en otros, simplemente, las toman, sin permiso de nadie… el caso, es que mirando desde la tranquilidad y el sosiego que me proporciona la temperatura de mi casa, la comodidad del sillón, la felicidad del cigarro, sonreía ufano viendo como sufrían las pobres criaturas en menesteres a los que cada vez estamos menos acostumbrados, ya se sabe, el trabajo de oficina… pero al fin y al cabo, lo consiguen, unos antes, otros después, pero todos terminan por colocar, no sin dimes y diretes, lo que parece necesario para pasar unos días fuera de casa.

El coche que arranca, después otro, y así hasta que la calle, siempre completa, llena, inaccesible a los que quieren aparcar, se abre como hembra caliente, dejando lugar a cualquiera que llegue, que si no conoce el paño, no sabrá que consigue lo que cualquier otro día es casi imposible, digno de figurar en un tabloide informativo en las redes, ya que el físico, el periódico… que le voy a decir de ellos, nada se debe de hablar de los que agonizan, aun con la entereza de aquellos que creen en la salvación.

Pero no nos dispersemos, como decía, me veía superior, no necesitaba las malditas vacaciones, kilómetros de colas, broncas, riesgos, gastos, paradas necesarias, pero sobre todo innecesarias, apartamentos húmedos, aparcamientos también escasos, polvo, más polvo, cañerías que gimen, cuellos que se destruyen intentando ver desde el apartamento el mar… lo de siempre.

Más tarde el paseo, cansados, la búsqueda del lugar de las tapas de pescado, de las raciones cuando se va en familia, cola, mal servicio, y la mitad de lo comido, no ha llegado a lo que esperabas, apenas si ha conseguido un aprobado, salvo la cuenta, sobresaliente para el local.

El paseo obligado, aunque llueva, saludar con una sonrisa al que no saludas en la ciudad ni dándote de frente, y el helado, el sempiterno helado, y ahí se juega con los hados, si se encuentra la escondida fuente del helado perfecto, será magnifico, inenarrable que contaremos a cualquiera que quiera escucharlo, o aunque no quiera, pero al final, todos sabemos que nos conformaremos con algo pegajoso que sabe a añadido químico , quizás a glutamato, o a algo peor, pero es la costa, hay que aprovechar, sonríes, y caminas ufano por el paseo marítimo de cualquier lugar de la geografía española, ya solo te queda las rastas de la niña, o de la pareja, o la compra inútil de cuero inutilizable que terminará en dios sabe donde, pero por supuesto, sin cumplir la benevolente función por la que fue comprado.

Y llega el momento, los niños duermen, la casa está sola, sonríes a tu parienta, está la cosa bien, arrumacos, maravilla, gatillazo o casi, que usas la inteligencia de arriba para suplir la de abajo, y te quedas pensando que vas para viejo, sin darte cuenta de que la presión sanguínea, si, esa que te levanta eso, te ha bajado, cosas de estar al nivel del mar, no te preocupes, más calentamiento, la siguiente, cuando sea que toque, pero con la certeza de que la maquina está bien, o eso esperas, si no… mal asunto.

Al final, ya sabes, vuelta a la monotonía, al curre, a pagar lo que has gastado sin tener, mil cosas que todos sabemos, pero que al final repetimos, esa es la vida.

Posdata, en otro, hablaré de las vacaciones en la montaña, en el extranjero, quizás del camping, de la caravana… de los mil elementos que realizan funciones y capacidades distintas a las esperadas, como todo en la vida, sino, mira a tu pareja… lo siento, se me ha escapado.

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