Es la época en que se retira el calor, aunque en estos días de miedo, tarda, y se hacen largos, tan largos como los del tórrido verano.
Ha muerto la reina de los ingleses, y me siento un poco argentino, nunca trajo nada bueno a nuestro país, solo vino para seguir riéndose de nosotros dándose una vuelta por el peñón, pues eso, que no me alegro, pero cuando lo oí, me sentí más Blas de Lezo, “cualquiera que se sienta español, debe de orinar mirando a Inglaterra”, pues eso, repito, y… a su casa, que, para servir copas, la madre de algunos.
Acervos fuera, las tardes que no llegan con su fresquito, el mundo cambia, siempre lo hace, pero cuando es la naturaleza, solo ella, y con razón, uno, que no le teme a casi nada, no por valiente sino por viejo, no termina de estar tranquilo, esperando que llueva, pero que solo haga charquitos y que llene los pantanos, para hecatombes, que las tengan otros, que aquí con la que llevamos, nos sobran catástrofes, y de problemas, mejor no hablamos.
Y como despedida, roguemos a dios, o a quien corresponda, que el invierno no sea frío, que la luz baje de precio, soy pobre, y, además, friolero, que tengamos para comer, y podamos pagarla, que es distinto, y que se reparta mejor lo que se roba, que siempre va a los mismos.
Se me olvidaba, y que Maduro adopte por fin al perro flauta con chaqueta que nos gobierna.