Daños Colaterales

Miro el día, pronto llega la Navidad, esa de comprar, de la de cesta y vuelta tras vuelta adquirir lo que necesitemos para cumplir incluso con los que querríamos no ver nunca.

              Y seguimos sin ver a los invisibles.

              País moderno, ecológico, de altos valores morales, y no vemos a los que han pegado los ladrillos de las casas en las que vivimos, lo que no estudiaron, no porque no quisieron, aun mereciéndolo más que muchos, sino porque simplemente, no pudieron.

              Ahora, como ignorados huéspedes, se arrastran por los suelos, viendo a través de las ventanas de maltrechos edificios, la alegría ajena, y mientras el país se decanta por las energías alternativas, y paga por ello lo que no tiene, la mujer mira a su marido postrado en cama, con tantas viejas mantas que no puede, no sabe contar, por una simple razón, no puede encender ni un maldito radiador.

              Próceres ilustres de izquierdas utópicas, lideran la combativa lucha de clases, en sus grandes casas, embutidos en ropa con marca, nunca española, quizás alguna, sí, pero barata ninguna, y sonríen mientras los chóferes llevan a sus hijos a colegios de pago, de mucho pago.

              Y ella, con tantos años como la republica o casi, avanza sin guantes, sin medias, apoyada en un andador, más bien robado que dado por algo que debería de ser seguridad y no lo es, y avanza como caracol impedido, a comprar, cada vez menos, cada vez de peor calidad, y da gracias a dios porque las medicinas cuesten poco, muy poco, y cuando regresa a casa lo hace con el corazón en vilo, viendo si él, su amor, basto, grosero, casi insensible, pero amado, continúa respirando.

              Y la casa huele a viejo, a lugar cerrado, a paga exigua, a hijos que continúan en la senda de la ignorancia por decreto ley, y mira por la ventana, a través de los viejos cristales, que se abren entre las viejas maderas, y ve los como niños ríen, y suspira, y una lágrima cae a través de la arrugada cara, curtida por una vida sin nada, solo agachar la espalda y aguantar.               Y esa lágrima debería llevarse, enfurecida en la crecida, en una riada increíble, a todos los hijos de puta que dicen, pero no hacen, que prometen defender a los que mueren día a día, a los que la esperanza se les fue llevada por las mentiras, a los que habitan, en multitud, las favelas de este país, las favelas terribles de la negritud, de los que solo son, daños colaterales.

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