Tiempos Convulsos

Tiempos convulsos estos que nos han tocado vivir, cuando creíamos que la vida discurría con altibajos, pero dentro de unos límites razonables, llegan, como si fueran la carcoma, lenta pero poderosa, aquellos que nos devorarán como si fueran caníbales, almas rastreras, y seres indecentes.

Egoístas altivos, que nos quieren hacer ver que su libertad, su forma de verla es a través de las checas, en paraísos en los que lo único que se reparte es la miseria, donde el simple hecho de pensar es delito, más aún hablar, aunque sea soto voce.

Líderes de la podredumbre, de la poca vergüenza, voceros de las virtudes de las que carecen, de solucionadores de un problema y creadores de miles, de tomar un país, usando trampas, y continuar con él a cualquier precio, nadie sino ellos merecen la pena, pues son portadores de la verdad absoluta.

Viejos dictadores que merecieron morir sin nacer, caras de energúmenos enfundados en sonrisas de prepotencia, creadores de tótems en los que se pierde la humanidad bajo el aullido de las bombas, creadores de imperios de la miseria, del miedo, apalancados sobre los montones de cadáveres que han creado para sostenerse.

Y las bombas ululan en las llanuras, matan sin saber a quién, sin importarles, no hay daños colaterales, no existen, son objetivos de primera magnitud, incluso los niños que nunca nacerán de sus madres rotas.

Y los millones de enigmas que se ríen de los demás mientras que se refocilan en los males de los que no son ellos, en los que no importa nada que no sea ellos mismos, gran país, en el que la libertad no quiso que le sacaran los riñones después de fusilarla, donde ya ni hay libro rojo, como no sea el de la sangre de los que se desvían de la senda del partido, ya no es china, es la gran corea, con su líder en formol, con la dureza del hierro con el que se hacen los cuchillos de degollar a los corderos.

Y la vida sigue, sin luz, sin calor, ateridos en una esquina, hambrientos en cualquier sitio, y las bombas caen sin avisar, los misiles estallan en cualquier sitio, y a cada momento, una madre muere, sin que su hijo haya visto la luz del día, tristeza, y miedo, ¿Cuándo seremos nosotros?, y sufro al pensar que no tardaran mucho, los lamentos de las madres que mandarán a sus hijos al holocausto, que oirán caer las bombas, o peor aún, no las oirán, y cuando alguien pregunte ¿Dónde está el frente?, todos nos encogeremos de hombros, pues el frente es cualquier lugar, incluso nuestra propia casa.

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