
No son las siete aun, y estoy sentado en uno de los bancos piedra, o de concreto, de la peatonalizada calle del centro, una pléyade de personal que camina como si se fuera a acabar el mundo, lo cual, quizás sea verdad, aunque no creo que sea hoy, aunque si lo fuera, problemas que me ahorro.., porque, si, estoy nervioso, lo que sale a golpe de suerte, te descoloca, y tengo menos cintura que una estatua de mármol, pero aquí estoy, sin saber por qué, sabiéndolo, pero…, el caso es que llevo ya, no sé cuántos cigarros, negocio para Tabacalera, negocio para Hacienda, al final, descrédito para la seguridad social, o la privada, que de ambas hay, el caso es que lo de correr con tanto cigarro… complicado.
El tiempo no es malo, solo que pasa lento, miro el reloj, que sí, que lo llevo, no me vale el del móvil, miro demasiadas veces la esfera como para tener que esta tirando de algo, que además odio como si lo hubieran inventado en mi contra, ni WhatsApp, ni Messenger, ni la madre que los parió, llamada, y porque no hay más remedio, ni ubicación, que el que quiera saber que se compre un libro, que las librerías…, sí, que sean acabado, lo sé, pero el libro siempre queda, aunque esté pirateado como todo lo que se puede piratear, que el que lo compra es por el olor de franco imprenta…, que se me va la pinza, que…, ¿qué más da?, el caso es que son las y cuarto y que no sale, que las persianas ya las han echado, que el supermercado cierra, que…, la madre que parió al que no tenía que parir, suspiro, me levanto, estoy cansado, y con el culo como una piedra, que es en la que se ha estado apoyando demasiado tiempo.
-Podías haberte sentado en uno de los veladores, ¿así estamos de dinero?
Giro la cabeza, una sonrisa, se acaban las historias.
-No es eso, no tenía ganas de sentarme, este banco está perfectamente direccionado…
-Equivocación, no salgo por el supermercado, sino por la lateral, -señala una calleja pequeña-, esa es la salida, la que no ves.
-Si, y lo de un cuarto de hora tarde, figuraciones…
-En algún lugar del mundo tienen que ser las siete en punto, -sonríe-, ¿tú no tienes que hacer cosas en tiempo de descuento?
-Si, -agacho la cabeza-, supongo que sí, no importa.
-Es lo que hay, me gusta comer todos los días, si la jornada se alarga un poco más…
Asiento con la cabeza de nuevo, mi horario es el de un frenopático, ¿qué puedo pedir de los demás…?, me levanto, anquilosado, demasiado tiempo quieto.
– ¿Dónde vamos?, -pregunta con una sonrisa-, pero, lo primero, ¿traes pasta?
Más asentimiento con la cabeza.
-Claro, pero decide tú, que yo…
-Llevas cinco años aquí, me vas a decir…
-Salgo menos que los niños del hospicio.
Sonrisa asesina.
-Venga, vale, sígueme, mejor ven conmigo, que no parezca que me estas acosando.
– ¿Te dejarías?
-Si, sé que, en una carrera, te dejo tirado a los cinco segundos.
Ahora el que sonríe soy yo.
-Quizás en menos.
-Ves, si es que soy lista.
Todo lleno de gente, culebrear por las estrechas callejas que nacen de la avenida o lo que sea, y sin ser peatonales, o siéndolo, pero con demasiadas cocheras, el caso, diez minutos, una taberna.
– ¿No has estado nunca aquí?
Niego con la cabeza.
-No, la verdad es que no, he oído comentarios de mis compañeros, pero nunca me ha dado…
-Pues hoy está llena como pocos días, detrás mía, novato, es una guerra.
Charo entra entre el marasmo la sigo, todo está lleno, una esquina, una mesa de apenas un plato de los pequeños, pero es mesa, al momento se va, segundos después vuelve con dos cervezas.
-Te conoces esto bien, pero yo no bebo mucho.
– ¿Ni una cerveza?
-Si, una si, más…, complicado.
Se encoge de hombros, me ofrece un plastificado menú que seguro que es de antes de la guerra, tiene más tiros pegados que la bandera del tercio.
Lo devuelvo.
-Pide tu.
– ¿Tienes hambre?
Pienso y asiento con la cabeza, desde que comí, y poco, nada más, si, tengo hambre.
Sale, vuelve, todo con precisión militar, sonríe.
-Ya está pedido.
– ¿El que?, -pregunto, como si importara.
-De todo, de todo lo bueno, mejor dicho, de lo que a mi me gusta, espero que te guste.
-Si no, me jodo.
-Que listo eres.
Ahora grita, el nivel de decibelios, es como decirlo ,no alto, lo que más, no se habla, se grita, y es lo que tienes que hacer para ser escuchado.
Una mano que se levanta, como un buldócer, Charo que sale, vuelve a cada corto paseo con dos o tres platos, la pequeña mesa apenas si tiene cabida.
-De todo, que hambre tengo, -se relame-, mientras le quita la envoltura a un palillo liado como lo hacían mil años antes, en papel del mínimo, con el nombre de la taberna, que ni es palillo ni es nada, pero que acompaña.
En un pis pas, con mi ayuda todo desaparece, está bueno, son fritos, rebozados, pimientos en salsa, croquetas, pescado frito, un flamenquín, lo de siempre, que lo juntas con las puntillitas, con las japutas…, y está que se sale, después se limpia la boca.
-He comido lo justo, que hambre tenia, ¿quieres algo más?
-Yo no, pero parece que tu sí.
Sonríe.
-Que soso eres, ¿quieres algo?
Asiento.
-Más japutas.
-Marchando, -se pierde en la muchedumbre, vuelve.
-Ya está todo como tiene que estar, pedido, en poco servido, otro día con más calma pedimos, que de menú hay lo que no te puedes imaginar.
-Si, -señalo el decimonónico menú-, lo he visto, una lista interminable.
-Pues más bueno esta.
Aparecen las japutas, dos segundos después, Charo se relame, yo apenas si me comido un trozo.
Saco la cartera.
-Déjalo, ya está pagado, además este es mi territorio, no te lo iban a aceptar.
– ¿Para eso me pides que traiga la cartera…?
-Ahora un café, con un helado en las Tendillas.
-Hecho, pero pago yo.
-Como usted mande, Don Cesar, aunque supongo que te dará el flato a la hora de pagar.
-Que niña tan simpática.
-Vámonos.
Buldócer que sale entre el gentío, la calle, se puede respirar, no es que faltara el aire, es que…