
Paquito, el Chico
Corrían los malos tiempos del 40, todo destruido, el hambre que asolaba las comarcas, la desconfianza que era la ama de las relaciones humanas, y la pobreza que entraba en casi todas las casas, ese era el invierno, el principio de una primavera que solo traía esperanza, que poca, pero algo era.
La casa de los Prieto, era como todas las de campo, calurosa en verano, fría en invierno, y aquella primavera no terminaba de ser cambio suficiente como para que los chorreones de humedad abandonaran las paredes donde se habían encaramado y aferrado como si fueran lapas en un barco que no se mueve.
De trabajo, todo, que el campo en lo de ser descuidado cobra intereses que no se pueden pagar, y los Prieto en todo fallarían, pero en lo de dejarlo a su ser, pues no, y el centeno que tenía que brotar, brotaría, el trigo que aun no podía, pero que querría, en fin, no era ubérrima la finca, pero si daba para comer casi hasta llenarse el estómago, que el que no llenaba iba a Francisco, el vecino en la lejanía de las fincas, que lo vendía en la pequeña tienda que tenia en los soportales, cosa de un vecino agradecido, que ayudaba en lo que podía, y llenaba la tienda que era suya, con el apoyo de lo que en el parterre de detrás de la casa salía cuando tocaba, tomates, calabacines, patatas…, mil cosas, que con el compadre se vendían por buenos dineros, era tiempos de estraperlo, y que repartía con el Paquito Prieto, que Francisco sería muchas cosas, pero como amigo, lo mejor que se podía encontrar.
Paquito el Chico se afanaba en dar de comer a los dos caballos que ya tenían encima mas años que el cuero viejo, con una alfalfa que tenía ya el año cumplido, pero que servía para que los viejos motores de avena continuaran con su movimiento diario, el que ayudaba a que la finca se abriera para recibir la semilla, que el camino fuera mas liviano, o que el pequeño carrichuelo, lleno de paja o de lo que fuera, llegara de un sitio a otro.
-Chico, ¿has visto a la Angelita?
Paquito Chico miro a su padre, que llevaba despierto desde siempre, alto, enteco, de los de comer bien cuando se podía, pero de no pegar en las costillas ni una hebra.
-No, padre, creo que fue a por huevos.
– ¿A la parte vieja?
Padre se refería a la gallinera vieja, a la que había que dar una gran vuelta para llegar por las riadas, y donde se quedaban aun más de una docena de gallinas, y que había prohibido que fuera la hermana, que ni el siquiera, que como decía padre, “en los caminos, ahora, están animales más animales que los lobos”, que se refería a los maquis, que se llevaban todo, para nada bueno, incluidas a las mozas, tuvieran catorce años o los que fueran.
-Si, padre, -le contestó Chico, como si fuera lo más normal del mundo.
-Me cago en “to”, que os tengo dicho que la riera es mal sitio para pasear cuando está claro el día, mira que ahora que no se termina de dar la luz, con los nubarrones que trae el amanecer que parece que van a llenar todo de regueras…, ¿Cuándo se fue?
-Padre, -respondió Chico-, ¿cuándo…?, hace ya un rato.
-Maldita sea.
Chico ve como padre sale andando, pero más como un trotón que se escapa, que a paso tranquilo.
-Padre, ¿dónde…?
No le da tiempo a nada más, pero por lo que sea corre tras de él.
Lo ve coger el rifle, que está habilitado, que las cosas no son claras en los caminos de la sierra, que los que se rindieron no fueron todos, que algunos, aún continúan con lo que no tenían que continuar.
La canana, el rifle, que no escopeta, la cazadora de cuero, que el día se las trae, y sale de casa sin saber que su hijo, a la distancia, corre tras de él.
Paquito corre porque sabe que la partida de Cararota, que se la rompieron cuando chico, está por allí, cobrando deudas que dejo él de pagar; las cosas de los que perdieron, que no se resignan a perder, y que el abandono, el odio, la falta de algo bueno, les hace cometer lo que ni el diablo querría, pero así son los tiempos.
La ramblilla de los gamos, una reguera que cruza por el bocado que hizo la naturaleza, y allí la Angelita, que es llevada por el pelo por uno de los hombres de quien se teme, del maldito Caracortada, cuerpo al suelo, son cien metros, quizás menos, pero es lo que es, piedad para la iglesia, que casi nunca va, por mucho que…
Al suelo, el cerrojo que entra con suavidad, que el alemán, que lo es, esta bien hecho, por muchos años que haga que lo hicieran.
Apunta, la Angelita que llora como alma en pena, que, si no, la van a reventar, que no es mujer, que es niña, pero a los animales eso les importa…, nada.
La mirilla que se pone en lo que se tiene que poner, que el puerco se para, ríe, quizás la toque, quizás no, pero el hierro le señala con la desviación que tiene el lugar certero donde dar, que no es la cabeza, que ningún marrano muere de un tiro en la cabeza, sino en la paletilla, y cuando el brazo levantado se para un segundo…, el sonido que revienta los oídos…, el rifle es muchas cosas, pero silencioso nunca, no se fabricó para eso, sino para matar lo más mejor, y eso hace, el puerco que corre.
El grito.
-Angelita, por tu padre, corre, corre, como las comadrejas, aprovecha que eres chica, -grita con algo en el cuello que casi se lo impide.
Pero la niña no es tonta, se escabulle, como si fuera lo que ha pedido, como si se transmutara en comadreja, y se pierde entre las taramas que lo conforman todo.
Unos segundos de silencio, solo el sonido del cerrojo que se mueve expulsando el casquillo que guardaba lo que mató al que tenía que matar.
-Tus muertos, Paquito, que no sabía que era la tuya.
Es Caracortada, con la voz de chulo de taberna, que aprovechó el color de la República, para hacer lo que le dio la gana, que fue mucho, tanto le gustó que se quedó después de que perdiera, sabiendo que tiene perros que lo buscan por todos lados.
-Si hubiera sabido que era la tuya, ya la hubiéramos roto.
-Tus muertos, Caracortada, si sabes contar, cuenta, que te falta uno.
Paquito apunta, es la cabeza de uno que se le olvidó guardarla, no sabe si disparar…, pero si, si se quedan los que están, irán a la casa, la mujer, el niño, todos muertos, las mujeres por antes de que las cuelguen de algún chaparro, o del almezo de la entrada, lo sabe, dispara, y salen sesos por todos lados, que podrá ser más o menos grande de cuerpo, pero con el rifle es de los buenos, y el casquillo que ha matado sale, caliente como si se lo hubiera hecho con la muerte de un puerco.
-Paquito, tus muertos, -es la desagradable voz de Caracortada-, me voy hacer un collar con tus colmillos, y una badana con los pellejos de los conejos que guardas, que uno se ha escapado, pero tu mujer tiene buenas carnes.
Silencio, que los cazadores que hablan, no son cazadores, sino borrachos de taberna.
Sonidos de silencio, el roce de las taramas, de las ramas muertas, de las hojas caídas, pero solo un instante, ni suficiente para saber donde dirigir la mirada; Caracortada, que son dos menos, que decían que eran muchos, pero ahora dos menos, y Paquito apunta a mil sitios, sabiéndose ahora de cazador a bestia a cazar, el rifle que se enfría, los dos disparos hace tiempo ya, que el sonido se perdió entre la maraña de todo que el sotomonte esconde por cualquiera de sus infinitos campos.
Oye el ruido, pero ya es tarde, se sabe pillado, se gira, apenas la cabeza, el enorme orificio del cañón de un rifle que le apunta en la boca, o en la frente, le da igual, tan igual de muerto estará cuando le rompa alguna de las dos.
-Ya no pareces tan listo, hijo de puta, que te has cargado a dos de los míos, -la sonrisa de Caracortada da miedo-, los del campo os creéis que sabéis de todo, prueba a vivir como los lobos y sabrás que el sonido es solo…, ¿qué más da?, vete con tus muertos, que tu mujer y tu hija nos van a dar buenos gustos antes de que les cortemos el cuello, y las colguemos de los chaparros.
Paquito sabe que muere, no le importa, solo dejar…
Chico ha seguido a padre, que como loco ha corrido casi en derecho hasta la reguera que conoce de miles de veces, de juegos, de escondidas, de cualquier cosa, el caso es que llega, ve como padre se esconde, como dispara, como alguien que seguro que no quiere morir lo hace, miedo, sangre, el estertor, lo mas duro, y algo que cae a su lado, lo mira, no se atreve a tocarlo.
Oye lo que dicen, pero también oye como el Caracortada recorre los riscos sobre la reguera, que es un zorro mas que un lobo, pero que su padre…
Mira el viejo rifle, donde la culata, es algo que apenas queda, liada con trapos de mil años de uso, de miles de golpes de arañazos, pero la cara es la del animal que caza, del que mata, y oye lo que padre no, como el zorro lo va a cazar, y sin saber cómo, el porqué, toma lo que se parece al alemán, pero como en olvidado; el no sabe que es un viejo rifle francés, no tan bueno como el alemán, no tan cuidado como el de padre, pero que, puesto a matar, mata lo mismo.
Ve la figura de Caracortada, que está casi encima de su padre; si, es lo peor, que quiere matar a su padre, que solo queda el viejo fusil, y lo encara como su padre le enseñó, que no muchas veces, y recuerda que detrás de la paletilla, donde el corazón late, que se parta, que el animal no sufra, quiere que este sufra, pero mas quiere que se quede quieto, que deje al viejo…, y el corazón que se le inquieta, el estómago que quiere roerle el alma, pero apunta, tiembla, pero durante un segundo no, y el sonido parece querer reventarle sus jóvenes oídos, es un traquido, tanto como el alemán o más, después apenas ha salido, ha cerrado los ojos…
Paquito oye el ruido, Caracortada con cara de sorpresa cae de lado, como si alguien enorme le hubiera golpeado y lanzado lejos, solo sangre, mucha sangre, es un disparo que le ha salvado la vida, que…, y mira a su alrededor ve a Chico con un fusil con los ojos cerrados, que ha disparado, va a decir algo, cuando oye como alguien corre, se acerca a su hijo, levanta el fusil…
Chico abre los ojos, el cerrojo corre, mas torpemente que el alemán, con más dificultades, el poco cuidado, la suciedad, siempre lo consiguen, pero mecánicamente, como padre le repitió mil veces, se mueve, una bala en la recámara, no sabe porque, el motivo, ya no es necesaria, el que quería matar a padre tiene el corazón en pedazos, y sonríe, hasta que se le hiela la sangre, una figura que se hace sólida, que lo mira con una mella y sonríe, ve como el rifle se levanta, e instintivamente, el cañón que se dispara, como si fuera independiente; el tipo ya no sonríe, se lleva la mano al cuello, una mueca de dolor, como sorprendido de que un pipiolo al que tenia muerto, lo ha matado, se sienta, y sin más, se muere, la cabeza cae sobre el pecho y la sangre ya no sale a borbotones, Chico mira a todos lados, y se da cuenta de que llora, de que las lágrimas le salen por todos lados, se da cuenta de que se ha meado encima, nota el calor, el frio, el miedo, que no la vergüenza, todo parece acabar, parece que ha acabado.
Paquito mira a su hijo, que a su vez lo mira con los ojos como platos, le abre los brazos, el chico que está meado, lloroso, se le agarra y llora más de lo que lo hacía, y suspira, si, un buen hijo, que le ha salvado la vida, que ha matado a Caracortada y a uno de su compaña, sonríe, aun con el miedo metido en el cuerpo, si, mira al cielo lleno de nubarrones, si, a pesar de todo, ha sido un buen día.
Guardia Civil, autoridades, difícil que crean que apenas un mocoso haya matado a Caracortada, pero lo ha hecho, y Chico que los mira a todos y que no se cree nada, que no se entera de nada, pero de vez en cuando sonríe, y mira el fusil francés que le han regalado, lleno de suciedad, casi sin culata, herrumbroso, pero que le ha salvado la vida a padre, a él…, y sin saber por qué, sonríe.
PD. Francisco Prieto Luque, más conocido como Paquito, entró de celador en un centro público, apoyado por las fuerzas vivas de la ciudad, Falangistas como el mismo, después de la hazaña, donde su hijo recibió una beca para estudios medios, que amplió, aun con hambre y ayudando a su familia, hasta cursar y concluir sus estudios de medicina, después, ejerció como cirujano en uno de los hospitales de la ciudad, siendo reconocido como uno de los mejores de Andalucía; su hermana Angelita, ya mayor, hizo los estudios de enfermería, nunca se casó, pero acompañó a su hermano en su casa, y en el quirófano, hasta que la vida, que también se acaba, se le acabó.
Cuentan que el más preciado tesoro que dejó el cirujano Don Francisco Prieto Morales a su muerte, fue un viejo fusil francés, herrumbroso, y sin culata, casi; y su único hijo, que sabía de la historia, lo agradeció más que cualquiera otra cosa que recibió a la muerte de su padre.
Notas.
El fusil francés en concreto, era un Fusil Berthier, una serie de fusiles de cerrojo que el ejército francés utilizaba y que también fue vendida como excedente de guerra al bando republicano.
En cuanto al “Alemán”, se trata del Mauser Modelo 1893, un fusil de cerrojo comúnmente conocido como Mauser español.
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