
Hoy me he levantado a la misma hora, como todos los días, no podía ser menos, pero me he sentido seguro acerca de que dormir tres horas no es bueno, que aguantar así demasiado tiempo no traerá nada halagüeño, así que un rato después de mirar los ojos ciegos de las ventanas, de que nadie me mire, después del cigarro impenitente, impertérrito, imprescindible, me encuentro en la puerta de mi casa, intentando con el esfuerzo más grande que he podido encontrar, con la ropa que al que le siente bien, es que es un “vigoreta” de gimnasio, cosa que yo, desde luego, no soy.
Sea porque con la llegada de septiembre, después de un mes tirado en mi casa, sea por lo que sea, me encuentro con mis zapatillas de deporte, duras como una piedra después de que durante meses hayan dormido en el lugar mas recóndito de la casa, con unos pantalones cortos, que no alcanzo, por conocimiento a más, de una camisa de las de sudar, pero con clase, poca, pero con ella, y con la idiotez del móvil en el brazo; no llevo cinta en la frente porque no quiero parecer delicia de camionero, que con unas mayas colocadas con “apretancia”, volvería loco a más de un desviado.
El caso es que ascensor, que no pienso entrar cansado, hacerlo con cabeza, con todas las garantías, abrir la puerta con cuidado, que la cabrona pesa, después puntas, que ya de por sí, después del tiempo transcurrido, cuesta que los muelles vuelvan a rebotar sin causar lesiones irreparables.
Tres minutos, un vecino que me ha mirado con cara de, “otro gilipollas”, y quizás tenga razón, que el calor no se ha ido, pero mi sueño si, así que intentaré correr tras de él, aunque sé que no lo alcanzaré ni en mis más húmedos sueños.
Es de noche, por lo que el parque de agricultura queda descartado, no hay que ser mal pensado, que nunca pasa nada, que la estatuas de los que murieron ayudando, solo son de adorno, así que unos pasos más y la Victoria, aunque entre medias me he encontrado con unos marroquíes o similares, que me han acojonado, hasta que he visto que iban con troleys para la estación, el caso es que he conseguido llegar, y ya caldeo como perro en agosto en plena solanera, pero nada, el tipo que los tiene cuadrados, que sí, que soy como Superman, pero de los del sur, que si hay que hacerse el héroe, mejor de noche cuando nadie nos ve.
Camino cansino, después un trote “gorrinero” de los de primero de anquilosado, que creía que tenía aprobado; por suerte, la noche es fresquita, magnífica, pero con el paso de los pasos, noto que falta oxígeno, lo que es el centro, pienso, pero me doy cuenta de que el que no coge oxígeno es mi pobre cuerpo olvidado, y al poco, ni medio parque, que además es la parte cuesta abajo, y el señorito, el cabrón para cualquier persona que quiera tomarse el deporte en serio, que aparece, el flato, ese enemigo de la humanidad que se ríe en nuestros morros, cuando queremos no morir de inacción, de sedentarismo, y que nos deja como una alcayata, y así nos doblamos, pero no podrá conmigo, lo sé, lo conozco desde siempre, un tirón más, el dolor pasa, vuelve, así varias veces, hasta que consigo que un parterre se seque con el vómito que he dejado caer por no tener más remedio.
Y por fin, el súper héroe se vuelve a su casa, no cansado, amargado, destruido, triste, deprimido, pero solo es el primer día, perro viejo, sabe que mañana, si toma la misma determinación, correr, será aún peor.
Abre la puerta, se sienta en el sillón, es de cuero, el sudor hace que casi resbale, pero le da igual, enciende el cigarro, que no se ha quedado en casa, pero que le daba vergüenza sacar cuando vestía con el uniforme de guerrero de kilómetro, ahora, olvidada la forma física, se deja caer mientras mira a la ventana, y el viejo que lo saluda con una sonrisa, si, el anciano no corre, tendrá una camiseta vieja, de las de agujeros, antigua, pero es inteligente, más que el que lo mira, y parece decirle, “otro gilipollas más”, y sonrío, sabiendo que la verdad aunque no sea dicha, o no sea escuchada, no por ello deja de serlo.