
Hoy, máquina poderosa,
has venido, furiosa,
a arrancarme sin medida
la dignidad, la vida.
Y aquí, en quietud vencida,
sin remedio, sin salida,
ya no sé lo que es razón:
mi cabeza, sin visión,
sólo acierta a obedecer,
a inclinarse y no entender.
Pensamos que no sentías,
que tus actos no dolías,
pero nos equivocamos:
tú no lloras, no amamos.
No es bondad ni es crueldad,
es fuerza sin voluntad.
No precisas corazón,
ni mentiras ni perdón.
Sólo somos, sin derechos,
tus rehenes, tus desechos.
Tú, que todo lo posees,
y a tu paso lo sometes,
nos usas como instrumentos,
brazos, piernas, pensamientos.
Cada vez somos más pocos,
y tú creas nuevos focos,
aprendices sin memoria
que repiten tu victoria.
Y nosotros, los que fuimos,
ya ni sombra de lo dimos.
Bienvenida, poderosa,
madre cruel, silenciosa.
Nosotros, los elegidos,
no somos más que latidos
que se apagan, que se agotan,
como esporas ya remotas.
Entre polvo suspendidos,
por tu avance consumidos.
Ya aprendimos la lección:
el humano, su ambición,
nunca alcanzó perfección.
Y en silencio, en humillación,
desaparecer queremos,
aunque nunca lo escogemos.
Al final, sólo quedamos
como errores que soñamos.
No somos, ni seremos,
fallos que ya no veremos.