
Sonidos llenan los huecos,
de una repisa sin ecos.
Vasos vacíos, sin brillo,
se pisan sin un castillo.
Unos zuecos olvidados,
de pasos ya desgastados,
de un viaje que fue deprisa,
perdido con la sonrisa.
Luz que entre rendijas cuela,
como si el alma le duela.
No es más que leve presencia,
pero molesta su esencia.
Respiración detenida,
de una figura vencida,
que escucha, casi dormida,
música desconocida.
Solo la melodía, lenta,
se clava y no se lamenta,
pues su mente fatigada
ya no busca casi nada.
La tarde pasa sin brío,
reguero hondo y sombrío,
segundos que se resbalan
como huellas que no igualan.
Aunque sean solo viento,
quedan dentro, y son lamento.
Trivialidades del alma
que llora sin perder calma.
Piensa que fue dura jornada,
tan gris, tan triste, tan nada.
Y ahora que la noche asoma,
la pena entera se toma.
Tal vez soporte el quebranto,
esa soledad de espanto.
El día fue todo herida,
de una rutina vencida.
Un cigarro se consume,
ceniza que ya no resume,
humo que al aire se entrega
y a la memoria se niega.
Se pierde en un horizonte,
que apenas se ve del monte,
pues la luz ya casi muere,
y el día nada prefiere.
Sale entre viejas rendijas,
como un suspiro sin ligas,
desde una vieja ventana
que a nadie ya le reclama.