Paisajes yermos, desiertos,
de árboles secos, ya muertos.
Terrones duros de arena,
donde reina la condena.
El horizonte arde en calima,
el sol, tirano, se aproxima.
Soledad en cada pista,
todo en sombra, nada exista.
Hace siglos que no llueve,
y todo cuanto hubo, se mueve.
La sequedad es desafío,
nadie se queda en su hastío.
Es un epitafio del tiempo,
un lugar sin ritmo ni ejemplo.
Las ciudades llenas de gente,
el campo yace indiferente.
Así se cumple lo narrado,
un sino cruel y marcado.
No pasa nada, la tierra calla,
ya no combate, ya no estalla.
Se ha quedado sin su alma,
no la habita quien la embalsama.
No hay delito ni condena,
solo abandono y su pena.
Tal vez un día, con suerte,
alguien detenga su muerte.
Eso deseo, eso imploro,
aunque no te lo aseguro, lo juro.