
Llevo zapatos viejos, gastados,
pero limpios, tan bien cuidados,
que brillan como espejos pulidos,
aunque en mis pasos haya rugidos.
Nací en un antro, oscuro, sombrío,
en la parte dura del albedrío,
de la ciudad que nada cultiva,
donde la vida apenas se aviva.
Pero crecí, por dura necesidad,
y hoy me muestro sin falsedad.
Cambiaré estos zapatos sencillos
por unos italianos, con brillos.
Sonreirás cuando estreche tu mano,
yo, el puerco que nació profano,
en la pocilga, lleno de heridas,
pero con rabia y metas paridas.
Sabía, desde el lodo y la agonía,
que algún maldito y duro día,
te vencería, maldito imbécil,
tú, bien cuidado, de andar tan frágil.
Mira hasta dónde he llegado,
me besas el culo, emocionado,
a mí, el paria, el despreciado,
que nadie quiso, el marginado.
Soy el mismo que no se asusta,
que cagaba en taza turca injusta,
y ahora vienes, con confianza,
con tus secretos, con tu esperanza.
Para mí son migajas sin valor,
palabras huecas, sin ningún honor.
¿Ya me recuerdas, cuando reías
de mí, en aquellos tristes días?
No te apures, no te adelantes,
el llanto llega a los arrogantes.
Solo espera… llorarás.
Tiempo al tiempo… lo verás.