Nada es ya importante, todo acaba,
los cielos se oscurecen con desgana,
y dejan que el estiércol se derrame
sobre la gente, hundida en su trama.
Los borregos, al sol, miran sus tripas,
y solo balan con dolor y calma,
desde sus bocas sale un triste “be”,
y nada más les queda, solo el drama.
Los burdeles se prenden con furia,
ángeles bajan, con ira en el alma,
y las rameras, hundidas en miedo,
lloran su suerte, perdidas, con falta.
Drogadictos y ladrones, de rodillas,
recitan oraciones sin balanza,
quieren perdón, ya casi sin aliento,
mas no comprenden que el juicio se lanza.
Dios al diablo, cansado, ha concedido
que el hombre no merece la esperanza,
que el ser humano, en su caída insana,
ya no se puede redimir del lodo.
El mundo arde en llamas, sin reposo,
desde los cuatro vientos, rojo todo,
y los santos, aún fieles, en su modo,
confían en ser salvados… pero es poco.
Nadie los recuerda, ni a los caídos,
ni al justo, ni al culpable, ni al perdido.
Solo saben que el fuego consumirá
todo al final del tiempo prometido.
Sí, el maldito final que está sellado,
cuando no quede un grito ni un pecado,
solo el silencio eterno y apagado
de un mundo por los siglos calcinado.