Se han perdido los pájaros del cielo,
tras el lejano y pálido horizonte,
y queda solo el seco ritornelo
de chicharras cantando en su monte.
Sin dar respiro al sol que las desvela,
sestean bajo el fuego inclemente,
y toda la sierra, dura y centinela,
se encierra en su ramaje persistente.
El hilillo del agua se retira
bajo rosales bravos, escondido,
y en su sombra silvestre se retira
el último frescor, ya consumido.
Verano cruel, solano en la ladera
de las esparragueras agostadas,
cuando ningún brote quiso primavera
y las raíces duermen agrietadas.
Las piedras ruedan, rocas inclementes,
desde pendientes de calor teñidas,
todo es color de oro, amarillento,
como la sed de cosas ya vencidas.
Y así se agosta todo lo que ha sido,
bajo el sol de este tiempo abrasador,
esperando que llegue lo perdido:
una estación más dulce, y con color.