El amor se muere,
no por usarlo, ni por romperlo o profanarlo.
Lo mata el silencio en la madrugada,
la mirada dura, la voz apagada.
Las noches en que no se dice nada,
donde el alma duerme, desconectada.
Se pierde el contacto deseado,
la palabra, el gesto esperado.
Ya no hay caricia, ni emoción,
sólo queda una débil conexión.
La relación, ya casi enterrada,
no tiene fuerza ni está deseada.
Nadie intenta ya rescatar,
porque nadie quiere luchar.
Reconciliarse es como un pecado,
volver es un paso rechazado.
Sólo queda la camada,
que pronto será expatriada.
Una historia rota,
no por el uso que agota,
sino por la helada frialdad
de no compartir la verdad.
Nada que hablar, nada que oír,
tan solo dejarla morir.