
El cambio llega, las hojas caen,
en breve vuelo, los cielos raen.
Mas con su fin, se va el quebranto
de haberlas visto surgir con tanto.
Se marchan penas, como si el viento
borrara el rastro de todo intento.
Es el ciclo: todo se aniquila,
todo se apaga, todo vacila.
El esfuerzo, en bruma se disuelve,
la espalda rota ya no se envuelve
en gloria alguna ni recompensa;
sólo el vacío queda en la ofensa.
Todo el dolor, todo lo vivido,
parece polvo nunca sentido.
Y ves al mundo, siempre inmóvil,
a los que el esfuerzo les fue fútil.
Preguntas: ¿por qué tanto castigo?
¿Por qué el trabajo, si va conmigo
una vida que apenas se sostiene
y a nada sirve, a nadie viene?
Y al final, ya desde la vejez,
con el cuerpo ya sin altivez,
miras lo poco que te ha quedado:
un horizonte cansado, apagado.
Esperas la última despedida
de lo que fue tu única vida,
que al cabo, en tu juicio postrero,
no sirvió más que de aguacero.