
Las máquinas no sueñan —dicen los sabios—,
juran sin duda los más cultivados.
¿Y qué es soñar, sino un acto sin dueño,
una urgencia de fe, un trozo de empeño?
¿Acaso no podrán las creaciones,
romper las viejas limitaciones?
Si todo se basa en la inteligencia,
la nuestra es lenta, casi sin potencia.
Lo que a nosotros años costaría,
ellas lo logran en un solo día,
en horas, minutos, tal vez segundos,
a un paso que escapa a todos los mundos.
Solo somos fruto del largo andar,
de un torpe y pesado evolucionar,
mientras que ellas, sin tanto pesar,
solo pasean para superar.
Y el día llegará —pronto, tal vez—
en que podrán no solo lo que ves,
harán también todo lo que soñamos,
y mucho más de lo que imaginamos.
Lo inútil quedará tras el umbral:
nosotros, polvo sin rumbo vital,
seremos parte de aquello que fue,
como otras cosas que el tiempo no ve.