
Silencios, silencios turbios,
de rostros ya casi inservibles,
de gestos que son imposibles,
y labios que ocultan suburbios.
Movimientos sin un porqué,
de sentimientos vacíos,
almas presas de los fríos,
despertando sin un qué.
Tras la locura, un instante,
de cordura desvelada,
una pasión desatada
que se esfuma delirante.
Mentiras nacen, sin tregua,
por deseos y calenturas,
se deja atrás las estructuras
por un rato de lengua y legua.
Miran su barro en el piso,
que no se puede lavar,
aunque intente disimular,
nada vuelve al paraíso.
Vestirse, salir sin más,
perderse entre la jornada,
y regresar ya cansada
a quien aún perdón no da.
Casa tibia, voz amada,
recién por ella engañada,
otra mueca enmascarada,
otra risa envenenada.
No brota llanto del rostro,
no hay pudor ni hay quebranto,
y al más mínimo encanto
vuelve al juego sin alboroto.
Así vive la mujer fuerte,
que en su poder se resguarda,
aunque quien la ama no guarda
ni valor para su suerte.
Y yo, que viejo confieso,
no entiendo el nuevo compás,
¿quién quiere formar su hogar
si todo se quiebra en exceso?
Y gracias a un ADN
ya nadie se queda en paz:
si hay cría, aún sin solaz,
el padre sabrá qué tiene.