
Días de agudo cansancio,
y de su eterno engaño.
De huellas que el alma lleva,
de sus batallas sin tregua.
De discutir sin salida
la guerra nunca vencida.
Carga diaria, tan pesada,
que la vida da, malvada.
Y seguimos adelante,
como si no fuera alarmante.
Mas al llegar la jornada
donde la noche se alza callada,
todo estalla en un abismo,
ruge el silencio en sí mismo.
Lo bueno ya no se nombra,
todo se cubre en la sombra.
Son los débitos del día,
su segura profecía.
Siempre renace el tormento
con cada nuevo momento.
La noche se hace impasible,
el dolor, ya inadmisible.
La vida cruel, despiadada,
no perdona, no da nada.
Suma errores, sinsabores,
multiplica los temores.
Y la espalda se doblega,
el alma misma se niega.
Y la pena, que no engaña,
salta del pecho y se baña.
Nadie duerme, todo abruma,
la tristeza se hace espuma.
Y al final, cuando se vela,
regresa la cantinela.