
Candelas, candelas,
que al cielo despiertan centellas,
bajo doseles y orfebrería,
brilla la noche, se vuelve poesía.
Manto negro, bordado en estrellas,
sobre ellas,
la virgen más pura,
la que mi alma asegura.
La de mis amores, la que me guía,
la Virgen de los Dolores, María.
El paso se alza, la fe no titubea,
alguien entona desde la azotea.
Desde los balcones, rezan canciones,
que parecen oraciones.
Una voz que el aire desgrana,
mientras el gentío calla y se hermana.
Un alma que estalla en un quejío,
rompe el silencio del gentío.
Llora el lamento, pide clemencia,
el alma rebosa en su penitencia.
Los penitentes callan, sin voz,
el paso se mece, y habla de Dios.
Dentro, los costaleros con su fuerza,
cargan maderos con firmeza.
Su madre les manda, y sin desvelo,
la Virgen sonríe mirando al cielo.
Nadie la ve, sólo la luna
que en su silencio la acuna.
Ella calla, no dirá nada,
mientras la riada queda callada.
Y el paso avanza, noble y eterno,
bajo la mirada del cielo tierno.
Saetas vuelan al viento ya,
pero la Virgen sonreirá.
¿Aunque sea de los Dolores su faz?
¿Por qué ha de llorar más?