
Escribo mientras espero,
mientras la vida pasa ligero,
como si fuera un breve suspiro,
a otros lados la vista dirijo,
esperando encontrar lo divino,
algo que sacuda mi alma,
que rompa esta triste calma,
y me deje maravillado,
ante lo contemplado.
Pero nunca algo sucede,
todo en su quietud cede;
más que callado, todo inerte,
más muerto que la propia muerte,
al menos en mi costado,
y la vida sigue su costado,
aunque no note movimiento,
el cuadro repite su viejo lamento.
Nada cambia en el paisaje,
pobre espectador sin coraje,
de un horizonte helado y sombrío,
suspiro sin querer, desvarío,
se escapa el aliento sin amor,
así me siento, sin fervor,
viendo todo a mi alrededor,
como un eco de desolación mayor.
Una luz trastabilla en su brillo,
en el metal de una mísera bombilla;
parece que brilla,
pero es solo un descuido sencillo.
El viento sacude las hojas cansadas,
suben y bajan desesperadas,
otras se posan rendidas,
olvidando sus antiguas vidas.
Árboles desnudos observan callados,
sin gesto ni emoción marcados,
el juego triste de hojas idas,
que ahora son cenizas perdidas.
Es el parque el que contemplo,
cuando la tarde pierde su templo,
y el camino se difumina,
sin rumbo, sin doctrina.
Cierro los ojos y sueño,
que todo es pasión y empeño,
no esta tarde vencida,
que me devuelve, herida,
una triste reflexión.
Cierro la ventana endeble,
tiro de la correa mueble,
y me dejo caer sin opción
en el viejo sillón,
que ya no se mece, ni vibra,
sólo cruje en su fibra.
Miro al techo en muda oración,
esperando una revelación,
pero ya sé la contestación:
no solo mi alma está muerta,
también lo estoy yo, sin puerta.