
La noche da comienzo,
la luz perdió su inmenso
poder sobre la escena,
y la sombra, sin pena,
lo cubre todo lento,
como un suave lamento.
El día se difumina,
la vida ya no camina,
el ruido se silencia,
y reina la presencia
del asfalto sin eco,
donde todo es hueco.
Las farolas encendidas
lloran, tristes, perdidas,
lágrimas de abandono,
de un vacío sin tono.
Paneles que dormitan,
ya nada solicitan.
La energía que guardaron
en monstruos despertaron,
de ojos fosforescentes,
tan falsos como ausentes.
Lo iluminan al paso,
dejando un leve rastro.
Y el negro se rehace,
la oscuridad renace,
la dueña del presente,
oscura y persistente.
Las calles solitarias
son tumbas necesarias.
Nadie camina en ellas,
ni las sombras más bellas.
Un borracho, dolido,
le grita al cielo herido,
a la luna escondida,
tras nube compungida.
Los perros le responden,
con aullidos que se hunden.
El silencio, tan frágil,
se rompe, ya no es ágil,
y tarda en regresar
a todo dominar.
Luces sin alma estallan,
y en la noche se callan.
Caminos sin pisadas,
avenidas cerradas.
Bestias con ojos vivos
pasan, fugaces, altivos,
dejan su luz, su huella,
y se pierden sin estrella.
La noche, fiel señora,
se impone sin demora.
La noche, reina oscura,
ya manda sin censura.