
Caminar por la ladera montañosa,
donde la duda, traicionera, acosa.
¿Subir o bien bajar?
Esperás la señal,
que no habrá de llegar.
Tal vez una avalancha en su descenso
te empuje sin piedad, con gesto denso.
O el sendero expandido
te eleve, decidido,
a un cielo ya perdido.
Y aunque ese es tu anhelo verdadero,
no estás en el medio exacto y sincero.
Has subido un buen tramo,
pero dudás del amo
que en tu interior dictaba aquel reclamo.
Quizás te arrepentiste del camino,
de haber querido alzarte, peregrino,
y coronar la cumbre solitaria,
la que nadie tocó, ni en su plegaria.
Ser el primero, el bravo, el invencible,
mas hoy tu cuerpo duele, irremisible.
El hambre, el mareo,
rompen tu deseo,
y el sueño ya se ve tan poco feo.
Aquello que creíste ser llamado,
seguro ya no existe, se ha borrado.
Ahora solo pensás
si es mejor regresar,
que subir fue locura sin compás.
Que aquel que sueñe alturas imposibles,
carece de razón y de visibles
herramientas del juicio,
quizás le falta oficio,
o es un niño en su mundo ficticio.
Suspirás con la vista detenida
en la cima nevada y ya erguida,
que ríe desde lejos, altanera,
como burlando tu alma viajera.
Agachás la cabeza con lamento,
y maldecís tu débil fundamento.
Si hubieras fuerza, acaso…
Pero ese no fue el caso.
Y el frío te ha vencido paso a paso.
Descendés por la ladera, rendido,
pero ya nada es igual, ni el sonido.
El mundo, aunque parezca,
no es la misma floresta.
Todo ha cambiado. Y eso te molesta.