
Torres de papel, mirando al mar,
como si quisieran su furia calmar.
Playas vacías, de huella incierta,
con aroma antiguo de marisma abierta.
Caminar en silencio, sin nadie a tu lado,
mientras las olas, con canto pausado,
te arrullan el alma, te hablan bajito,
como un secreto, suave y bendito.
Es la canción del mar, de sus amantes,
sirenas ocultas, dulces y errantes.
Arena caliente que arde sin piedad,
bajo un sol que abraza con intensidad.
Y allá en el horizonte, apenas algo,
solo nubes que mueren sin embargo.
Con gracia se deshacen en la brisa,
nacidas del agua que nunca avisa.
La orilla, constante, vuelve a mojar,
te canta, te envuelve, te quiere embrujar.
Te fascina la espuma, el vaivén sereno,
que trae soledad con su tono pleno.
No hay nadie más. Solo lo esencial:
la arena, la playa, el viento y el mar.