
La noche se llena
de un silencio espeso,
miradas perdidas
en muro indefeso.
Pared encalada
que nada responde,
el alma pregunta,
la sombra se esconde.
Oscuras respuestas,
preguntas que duelen,
tan solo el pensarlas
los nervios deshuelen.
Momentos pasados,
miedos consumidos,
fantasmas odiados,
espíritus queridos.
Nada se muestra
cuando el sol reluce,
mas llega la carga
cuando el sueño induce.
Y se anuda al cuello
una soga extraña,
que aprieta despacio
cuando el alma daña.
Miras hacia el cielo,
que el techo limita,
y el alma se agita,
se asusta, palpita.
Quiere descansar,
mas algo la embiste,
quiere dormir…
pero el cuerpo resiste.
Ángeles negros
rondan tu lecho,
con cantos oscuros
te rasgan el pecho.
Y en el armario
se esconde aquel ente
que en noches de niño
te robó la mente.
Abres la persiana,
respiras el frío,
persigues el sueño
con tímido brío.
Regresas al lecho,
y allí los encuentras,
recitando culpas,
como sombras lentas.
El ángel que observa
con su espada pura,
se encoge de hombros,
no ofrece ternura.
Respira profundo,
se aleja, te deja,
y tú con los negros,
recitas tu queja.
El coro resuena,
sus voces te atrapan,
recitan tus faltas
y el alma se escapa…