
Soledades de cuarzo,
triste y desolado,
jazmines esculpidos
en oro cincelado.
Figuras de toreros,
muertos y en silencio,
que nunca dijeron
ni un solo pensamiento.
Jarrones de vidrio,
de cuna quebrada,
el viento los hizo
cantar su balada.
Areneros arrieros,
que la arena cargan,
para el duro cemento
que los bancos alzan.
Y con él construyeron,
sin alma ni acierto,
paredes que aplastan,
que hieren el cuerpo.
Y el remero rema
con fuerza templada,
en su barca pequeña,
por aguas calladas.
Mientras la calle grita,
aunque esté lejana:
“¿Quién quiere cangrejos,
recién de la cana?”
Que aún se retuercen,
que están bien despiertos,
los más frescos dicen,
los de los esteros.