
Pequeñas luces de tonos vibrantes,
nacen cuando, cansada y errante,
la sucia ciudad bosteza al morir,
hastiada, sin ansias, sin ganas de ir.
Los seres nocturnos salen de cuevas,
no son los búhos, son las comadrejas.
Lo turbio y sucio se torna opaco,
todo es tiniebla, lóbrego atraco.
La noche despierta sus negras fieras,
hijos del vicio, sombras arteras.
Venas raídas, sueños baratos,
vidas perdidas en juegos insanos.
Barrios oscuros, calles calladas,
¿quién sabe acaso lo que allí pasa?
Autos veloces, luces hirientes,
sombras que danzan, almas dolientes.
Rayas de polvo en frías mesas,
sangre en los muros, cuerpos en presas.
Lujo dorado, furia y locura,
sexo, violencia, cruel dictadura.
Mañana quizás se llore el luto,
pero ahora la noche apenas es fruto.
Los amos del miedo aún duermen callados,
pronto despiertan, ansiosos, malvados.
Psicópatas crueles, dueños del juego,
pagan con muerte cualquier despego.
Sexo y tortura, placer sin clemencia,
rompen la carne con vil violencia.
Sangre en las calles, cuerpos sin vida,
restos humanos van a las vías.
Gritos estallan, ráfagas suenan,
muerte en la sombra, rostros que queman.
Pero a pesar de la oscura batalla,
el alba llega, como si nada.
La urbe se viste de hipocresía,
finge que nunca existió su agonía.
Y en la maldita ciudad despiadada,
reyes ocultos reinan sin nada.
Nadie los nombra, nadie los llama,
pues todo se calla… cuando la noche manda.