
Se pierden los días, se escapan sin más,
como agua en manos, sin huella, sin paz.
Queremos retenerlos, mas es en vano,
pues huyen fugaces de todo humano.
Creemos ser dueños de cuanto hay en vida,
pero el tiempo avanza sin dar despedida.
Es él el que manda, su marcha no cesa,
ni ruegos ni llantos frenan su presa.
Reyes, tiranos, el más jornalero,
ninguno es el último, ninguno el primero.
El tic-tac resuena con eco severo,
y todo es efímero, todo ligero.
Lo que se ha perdido, lo que fue atesorado,
ya nada conserva su antiguo legado.
Las manecillas, sin tregua ni calma,
nos roban el tiempo, nos hieren el alma.
Las pieles lozanas con surcos se marcan,
los labios se arrugan, las fuerzas se abarcan.
El tiempo, el destino, sin darnos aviso,
cambia nuestra forma, sin pedir permiso.
Y al final del todo, en un breve instante,
todos somos nada, todos iguales.
Ante quien espera con boca exangüe,
con mano de sombra y mirada en sangre.
Nos llama, nos lleva, nos rinde a su lado,
pues solo eso somos; rebaño olvidado.