Ríos de colores,
De paleta ocre,
Árboles pintados,
Ya sin brotes,
Amarillos, rojos,
De colores densos,
Casi compactos,
Que esperan la desnudez,
Hablando sin labios,
Los que crecen,
Con las lluvias tardías,
Con la nieve derretida,
Despertando entre las rocas,
Golpeándolas y cambiando su ruta,
Arbustos, arboledas,
Y los salvajes rosales,
Que cierran en arco,
El profundo vado,
Que ya se cerró,
Y el agua que canta,
Entre tanta maraña,
Rompiendo con su canto,
El continuo quebranto,
Del agua que crece,
Que, dejada la lejana montaña,
En el valle se explaya,
Haciendo regueros,
Creando vaguadas,
Hijas de las riadas,
Hasta llegar al pantano,
Allí donde la presa,
Tranquila, no cesa,
En su continúa parada,
Y el canto del arroyo,
Cesa, como alcanzado,
Por un súbito rayo,
Cesó el murmullo,
Cesaron los cantos,
Las regueras pararon sus saltos,
Solo queda la gran llanura,
Que lo tapa todo,
Con esa agua oscura,
Que ya no es clara,
Que ya solo es lodo.