
Cantares viejos que ya no suenan,
himnos de voces que hoy se enmudecen.
Todo se apaga, todo se muere,
y el mundo calla, y nadie ofrece.
Pobres de alma, cuerpos sin vida,
seres inertes de fe extinguida.
Todo lo sufren, todo lo aceptan,
y nada importa si el mal prospera.
Viles indignos, hijos de hienas,
todo lo ensucian, todo lo infectan.
Hacen del mundo su sucia pocilga,
donde hasta ellos hallan delicia.
Menos mal que me voy de este suelo,
quizás no sea hoy, ni sea luego,
pero mi alma halla consuelo
en que mi fin ya está en su juego.
Las tantas pastillas nublan mis días,
siento mi vida fugarse en brisa,
y al fin celebro, sin más desdicha,
que ya mis rodillas no se arrodillan.