Aún Escribiendo

Acabo de terminar de escribir, mal explicado, acabo de dejar de escribir una novela que no de terminarla, y cansado de lo mismo, salto a un parecer distinto, a lo que pienso yo, que no mis personajes.

Me he dado cuenta de que es de noche, noche cerrada, de la que no espera alboreada, de las que se cierran como las carnes la novicia, y miro a través de la ventana, libre de luces que no sean de Leds, o más antiguas, que a fin de cuentas, la soledad no es menos ni más, por el sistema que la produce, y me enredo en la celosía del vecino, imaginando la cara perfecta de una bella mujer que llora de pena, esperando que yo, su salvador, la libere, aunque sé que es un viudo que sale a fumar muy de vez en cuando, en atuendo de los de no perder la cabeza, de los de toda la vida, de los de camisa calada, con tirantes, y blanca, cuando salió, tiempo ha, de alguna lavadora.

Pero la imaginación es así, pienso en los ruidos contantes, monótonos, que suben in crescendo, y las criadillas me hacen movimiento, pues pienso en los amantes que reparten cuerpo y se hacen uno, una y otra vez, cuando posiblemente será alguien, que a deshora, como siempre, monta algún artilugio, inventado por satán, o sus adláteres suecos, y en eso me quedo, pensando en que ni la luna se muestra.

Y suspiro, abandonado por el romanticismo, agonizando en la cercanía de lo monótono, de lo conocido, de lo que no quieres y tienes, como si fuera por real decreto, y el pan sube, la cesta de la compra, y casi no llego a final de mes, pero más me importa que los cielos cada vez sean más contaminados, más reales, que las princesas solo existan en mi cabeza, pues ahora hasta la promiscuidad las asalta, y que no descubriré nuevos mundos mirando por la ventana que da al bloque de al lado, ni que, a fin de cuentas, nada me espera, ni bueno, ni malo, solo la certeza de la comunión con la monotonía, que me devora como enfermedad ramplona, día a día, certera, y concreta, sabiendo que nadie escapa de ella, y suspiro de nuevo, pensando que la celosía, a pesar de todo, esconde a la princesa más bella que imaginar haya podido, y que llora esperando que alguien como yo, la salve de un atroz destino, quizás el mismo que aparece en una novela de tres al cuarto, pero siempre, más noble, más elevado que el de las bragas de la vecina que en el colgadero se mueven al son de un ritmo que el viento marca en sus pareceres.

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