
Noches de amarga pesadilla,
cuando el ayer al alma brilla.
Cierras los ojos, y al momento,
vuelven las sombras, el tormento.
Los que dejaste y te dejaron,
los que quisiste y te olvidaron.
Lo que causaste y te causaron,
los mil errores que marcaron.
El cuello aprieta, el pecho arde,
la mente en miedo se resguarde.
Y sin quererlo, sin pedir,
vuelves de nuevo a revivir.
Las lágrimas, el odio ciego,
la ira hiriente, el desasosiego.
Las sombras gritan sin cesar,
y es imposible descansar.
Los rostros llenos de agonía,
te asaltan en la noche fría.
Resistes, luchas sin cesar,
mas no te dejan respirar.
Y esperas ya la madrugada,
que apague toda su emboscada.
Mas miras presto el cruel reloj,
las dos, y el miedo sigue en voz.
Te yergues firme, desafiante,
mas nada espanta al visitante.
Los ecos vienen a quedar,
no hay forma ya de escapar.
Entonces, roto y sin empeño,
abres el cajón pequeño.
La pastilla, último anhelo,
que traiga al fin un breve duelo.
El sopor llega, tenue, calla,
y en él descansa tu batalla.