
Miré hacia el cielo y quise ascender,
sin miedo a alturas ni al tiempo cruel.
Empujé con furia, con gran poder,
con fuerza y rabia, con duro piel.
Por cada metro, mi ardor crecía,
más sacrificios, más obsesión.
Engaños torpes, astuta vía,
plegaria falsa, falsa pasión.
Golpeé con ansia, rompí sin fe,
pues cada tramo costó un pesar.
Pero en la cumbre, miré y hallé
la dura senda para reinar.
Los pocos grandes que allí encontré
fueron demonios en gran furor.
No hubo heridos, solo un siniestro
baile de muerte sin redención.
Subí y subí, y al final vencí,
su sangre roja mi piel cubrió.
Y desde entonces, fue el mundo en sí
solo un desierto que me cegó.
El oro es polvo, poder es nada,
solo hay siluetas de envidia cruel.
Los rostros ríen, mas en la espalda
cuchillas frías hieren mi piel.
Y así, un instante, lo comprendí,
y sin dudarlo, salté al abismo.
Perdí mi trono, perdí mi fin,
pero en el suelo, hallé yo mismo.