54. Pablo y Rosa. La Profecía

              Nada se habló hasta llegar a la casa, cuando aparcó el coche, Ange salió corriendo a su cuarto en un mar de lágrimas. Rosa intentó ir detrás de ella.

– Déjala sola, que recapacite, -le pidió Ricardo a Rosa.

              Rosa continuó descargando bolsas con Pablo, mientras se acercaban a la cocina que estaba al lado, se oyó a Ester decir.

– ¿Qué ha pasado?, Ricardo.

Preguntaba Ester.

– El mierda del Yayi, que estaba intentando rondar a la Ange.

              Se llevó las manos a la cara.

– ¿No le habrá hecho nada a mi niña?

– No, Pablo lo tenía sujeto por el pecho como un muñeco.

Sonrió Ricardo con satisfacción.

– Gracias Pablo, hijo eres una bendición, otra que te debo.

Y le zampó dos besos y un abrazo, mientras lloraba compungida.

– ¿Qué es lo que pasa?, si puedo preguntar, no quiero entrometerme.

              Ricardo se volvió y le explicó.

– Ese hijo de p… lleva tiempo rondando a mi Ange, ya ha macado a una niña muy buena, y no voy a dejar que haga lo mismo con la mía, además es un chatarrero.

– ¿Macar, chatarrero?

Preguntó Pablo, que no se enteraba de nada.

              Rosita le contestó.

– Pablo, macar es deshonrar, y llamamos chatarreros a los que viven de robar aquí y allá, y dan mal nombre a su raza y su familia.

– ¿Con eso quiere mi Ange entrar en mi casa?, -preguntó Ricardo, mientras abrazaba a Ester que seguía llorando.

– Pablo, -Ricardo lo miró.

-Mi mujer y yo te pedimos que cuides de Ange como si fuera Rosita, no dejes que ningún sinvergüenza se le acerque.

– Así lo he hecho y sabes que lo haré.

No se podía notar duda en su voz, era lo que sabía que debía hacer.

– Cuanta razón tenía el Ayo, eres una bendición, Dios te ha traído a casa para que nos protejas. Bendito seas, hijo mío.

Le agradeció Ester.

              Rosa lo cogió de la mano y lo llevó a la mesa, acercó su cara a la de él, habló muy bajito, sentí su aliento en mi cara.

– Llevo tiempo diciéndole que el Yayi ese no es bueno para ella, pero no me hace caso, nada más salimos de aquí lo llamó, menos mal que llegó tarde y apareció el tío Ricardo, si no, no sé lo que hubiera pasado…

– Pues que se hubiera llevado un buen par de hostias.

Le aseguró con tranquilidad.

– ¿Y si saca la navaja?, -le preguntó con cara de miedo.

– Se la come, tan seguro como me llamo Pablo.

Pablo no tenía duda de ello. Rosa le apretó la mano y le sonrió.

              Aquella vez fue en la que Don Quijote recibió el mayor premio.

              Cenaron, y Ange no bajó, Rosa cuando terminó, subió, él se quedó un momento más.

              Tomás que no había hablado en toda la cena, le comentó.

– Otra vez más gracias, mucho estás haciendo por esta familia.

– No es nada, Tío Tomás.

– Si tú lo dices, pero cuídate del Yayi, la familia es un poquito… rencorosa.

Y movió la cabeza con preocupación.

– No me asusta.

Era cierto, pensó que era solo un chiquillo con mala leche.

– Ahora también tienes que cuidar a Ange.

Volvió a repetirle Ricardo.

– No es problema.

Pablo volvió a confirmárselo.

– Con permiso, -se despidió de Ricardo.

Se levantó y se fue a la cama.

              Esperó a que todos estuvieran durmiendo, y cuando confirmó que así era, bajó al salón, comprobó que cualquiera que quisiera salir de la casa tendría que pasar por allí, incluso para ir a la cochera o para salir a la calle.

              Fue a la cocina, cogió el tarro de los garbanzos y tomó un buen puñado.

              Los esparció entre la mesa y el sofá, a lo largo, cuidando que no quedara ningún lugar que estuviera libre de ellos.

              Se echó en el sofá, entrecerrando la ventana, para que la oscuridad fuera total, pues aquella noche había una luna clara, y cansado, se dispuso a dormir.

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