27. Pablo y Rosa. La Profecía

El Comisario Jefe mueve la cabeza, ¡vaya si sabía de quien estaba hablando!, pensó.

-Bien, pues me cuenta que, si perdemos las pruebas o cualquier otra cosa que pueda llevar a la liberación de Antonio Calero hijo, que nos sube de nivel, y que nos entrega al fabricante e importador, y repito sus palabras «en caja y con lazo», con todas las pruebas necesarias para hacer un gran arresto.

– Interesante, -sí que lo era, pensó el Comisario Jefe.

– Aquí viene, lo que yo creo que es más intrigante, que no puede aparecer por ningún lado, que nadie de ellos ha colaborado de ninguna forma.

Maldonado abrió un poco los ojos y movió la cabeza.

– Eso va a ser difícil.

El Comisario Jefe juntó las manos intentando hallar la forma mientras continuaba hablando.

– Pero, lo que me viene a indicar, que no me dice, es que aquí hay alguien que sopla información afuera, vamos, un topo.

Estudiaba la expresión del Jefe.

– ¿Usted lo cree?, -le preguntó el Comisario Jefe con la mirada, lo que afirmaba era serio.

– Yo soy nuevo, no puedo opinar, -Maldonado volvió a la postura de esfinge.

– Bien, Montes es de confianza, de momento, ningún informe, pero si Valdivia lo pide, su motivo tiene, démosle tiempo, ¿en qué ha quedado?             

 “Aligere hombre de Dios”, que me va a matar, pensó el Comisario Jefe.

– Espero su decisión, -se echó hacia atrás, todo estaba en sus manos, el Comisario Jefe, suspiró.

– Bien, llámelo y vaya a su casa, busque un motivo, el que sea, que va a comprar ropa o algo similar, pero sólo converse con los dos que ha hablado, el viejo y su hijo.

El Comisario Jefe paró un momento, intentando darle forma.

-Dígales que la cosa tiene sentido, pero que necesitamos más información para poder dar el siguiente paso, que es hablar con el fiscal, el asunto está en manos de la Fiscalía como bien sabe.

              Maldonado asintió con la cabeza.

– Puede retirarse, -el Comisario Jefe miró hacia arriba, le parecía un buen asunto.

– Con su permiso, -Pablo se retiró tieso como un palo.

Pablo salió del despacho de Delgado y buscó a Montes, no taró en encontrarlo sentado en su mesa, absorto en la pantalla del ordenador.

– Montes, ¿puedes venir a mi despacho?

Estaba justo al lado.

              Se levantó y lo siguió, una vez allí, Pablo le comentó la parte que debía contarle de lo que le había relatado al Comisario Jefe Delgado.

              Por supuesto, en ninguno de los casos comentó nada acerca del aviso a las nietas de Valdivia, por eso estaban aún más extrañados de su relación con el viejo.

– ¿Qué te parece?, -le preguntó Pablo, esperando que comentara algo nuevo.

– Interesante, -se quedó un momento pensativo.

-Pero aquí hay algo raro, más bien gordo, esto no va sólo de darnos a un falsificador, aquí hay algo más.

– Yo también lo pienso, sigue con lo de las joyerías, voy a llamar a Valdivia, -Pablo cogió el móvil.

– A sus órdenes, -se levantó y se marchó con desgana, le hubiera gustado quedarse. Salió del despacho de Maldonado.

              Pablo miró el móvil y marcó el teléfono que aparecía en la tarjeta.

              Respondió una voz joven.

– ¿Diga?

– ¿Tomás Valdivia?

– ¿De parte de quién?

– Pablo Maldonado.

– Un momento, -se oyó un ruido, y en un susurro «el poli»

– Pablo, amigo, ¿cómo está?

– Bien, Tomás.

– ¿En qué puedo ayudarle?

– Me gustaría comprar ropa de mi talla, es difícil de encontrar, me han dicho que en su casa podría tener.

– Por supuesto, ¿cuándo le viene bien?, -el viejo lo había pillado a la primera.

– A última hora de la tarde, como ayer.

– Perfecto, -le respondió.

– Una cosa más, Tomás, ¿estará usted allí?, -no confiaba en que lo hubiera captado, por si acaso, lo repitió.

– Sí, me acercaré para estrecharle la mano.

– Bien, gracias.

– A usted, Tomás.

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