
Tardes de siempre,
de las de andar,
cuando la brisa
comienza a entrar.
Cuando se marcha
la ardiente estela,
cuando septiembre
su luz revela.
Paseos mudos
por viejos parques,
donde el aroma
se funde en mares.
Azucenas, lirios,
rosas calladas,
en un susurro
de flor al alba.
Arriates vivos,
tejos podados,
y altos cipreses
al cielo alzados.
Que en su silueta
parecen llorar,
como si el viento
los fuese a arrastrar.
Senderos firmes,
de polvo y huella,
palomas leves
que en él se posan.
Viejos palomares,
de un tiempo mudo,
de un nombre incierto,
de un dueño oculto.
Árboles sabios,
de extrañas frondas,
centenarios todos,
de sombra honda.
Traídos lejos,
de tierra extraña,
y aquí sembrados
con sabia maña.
Este vergel
que el sol resguarda,
y fuera de él,
la luz no aguarda.
Fuego en los cielos,
cuerpos heridos,
cuando el verano
se torna olvido.