
Ya es la hora,
cuando el último rayo,
del pobre sol que llora,
se apaga sin desmayo.
El frío avanza impío,
las calles ya vencidas,
y el pueblo, encogido y frío,
maldice noches dormidas.
Los hijos de oficios oscuros,
camino a sus faenas van,
o buscan descanso en muros,
que nunca calor les dan.
Es la escoria del mundo,
del humano mal llamado,
pues parias sin rumbo,
son por todos olvidados.
Limpian la sucia miseria,
recogen la sombra ajena,
y sufren la cruel arteria,
de un hambre que envenena.
No tienen nombre ni historia,
su vida se vende en desvelo,
trabajan en larga memoria,
y mueren sin rastro en el suelo.
Porque tú no quieres hacerlo,
su carga jamás compartida,
su sangre, su pena, su duelo,
sostienen la rueda perdida.
Triste es la vida impasible,
por mucho que el mundo llore,
todo sigue, inflexible,
y nada jamás mejora.