
De nuevo aquí,
escribo siempre con desvarío,
contando todo lo que vi,
lo que a nadie causa frío.
La soledad que me abraza,
en la mirada perdida,
el barrio que nunca cambia,
con su rutina aburrida.
El zafio vecino murmura,
la charlatana no calla,
la arpía su odio conjura,
y el cerdo con ojos estalla.
El envidioso me acecha,
con su mirada vacía,
en veladores deshechos,
donde la sombra es fría.
Los niños gritan sin pausa,
los adoquines heridos,
las grietas con su desgana,
marcan muros ya vencidos.
Hierbas que brotan sin dueño,
nadie su furia castiga,
el parque muere en su sueño,
sucio, en su sombra enemiga.
Los árboles, secos, sin vida,
el pararrayos vencido,
zangones de lengua herida,
miradas de rencor ido.
Chicas que enseñan su gracia,
abuelos que observan callados,
mujeres que cruzan la plaza,
con pasos lentos, cansados.
Borrachos de labios mudos,
golfas de eternas miradas,
ruidos arriba y abajo,
voces de sombras calladas.
Ese es mi barrio en esencia,
pequeño, sucio y gastado,
donde la sombra y la ausencia,
cubren lo ya abandonado.
Mas si la muerte me llama,
si este sitio es mi suerte,
si ya nada aquí me ama,
¿qué me queda sino verte?