
Cielos encapotados, cubiertos de ceniza,
donde se apagan sueños que el viento eterniza.
Las sombras se despliegan en nubes desgarradas,
y ahogan con su manto las almas olvidadas.
Ángeles se balancean en frágiles columpios,
de oro que resplandece con pálidos relucios.
Sonríen sin saber que allá en la lejanía,
el mundo se consume en su melancolía.
Los vencejos se elevan en vuelos infinitos,
llevando los suspiros de ancianos ya marchitos.
Mas tornan con sus alas al suelo corrompido,
pues nada hay en la altura para el alma y su olvido.
Que el cielo solo es eso, un velo que se esconde,
un manto que no acoge ni escucha ni responde.
Allá no quedan puertas, ni juicios ni condenas,
tan solo un horizonte de nieblas y cadenas.