
Hace frío,
tanto frío,
que el diablo ha muerto en su desvarío,
y en el infierno, con gran brío,
los condenados ríen sin hastío.
Mas pronto llega la revelación,
pues quien gobierna la perdición
no es ya demonio de abyección,
sino un hombre, su maldición.
Gimen de miedo, tiemblan sus huesos,
pues saben bien de los hombres presos,
del pozo hueco, de sus excesos,
de la maldad en sus procesos.
El diablo nunca pudo forjar
la oscura sombra del alma vil,
pues solo el hombre puede hallar
lo más siniestro, lo más ruin.
Su mente sucia, su ansia impía,
lo hunde en negra lobreguez,
royendo su alma con vil porfía,
hasta alcanzar su propia nuez.
El horror más hondo, más enfermizo,
no lo soñó demonio alguno,
pues el más cruel, el más maldito,
es el hombre y su sino oscuro.