
Aún no amanece,
y miro por la ventana,
los ojos cerrados,
de faz inhumana,
como almas errantes,
sin luz ni campana.
La sombra difusa
se torna silente,
se apaga en la brisa,
se oculta en la mente.
Los veo partir,
tan fríos, ausentes,
como si el alba
no fuese inminente.
Miro la pantalla,
que fiel obedece,
pero en mi mano
la pluma estremece.
No uso la tecla,
ni impulso o botón,
solo la tinta
le da corazón.
Así mi alma
despierta y cansada,
desvaída y sola,
triste y callada,
siente el rumor
del verso templado,
que, mientras escribo,
parece sagrado.
Mas tras el vidrio
el frío devora,
las sombras duermen,
la vida demora.
Y en la ciudad,
cubierta en su inerte,
se alzan los sueños
que nadie advierte.
El hielo avanza,
el mundo es vacío,
tras cada puerta
se esconde un hastío.
Pero los ojos
cerrados esperan,
que al fin la vida
la muerte detenga.