
Recuerdo a mi abuelo, sereno y callado,
sentado en el patio, su mundo en la mano,
tomate partido, sorbo pausado,
mirada en el tiempo, en sueños lejanos.
Me hablaba de guerras, de tierras perdidas,
de moros vencidos, de glorias dormidas,
de extraños confines, de amores en brisa,
de mundos dorados que el viento marchita.
En su rostro el surco de un siglo gastado,
en su risa tenue, el eco callado,
no era hombre de ira ni charla sin caso,
tan solo el silencio le daba descanso.
Apenas recuerdo su voz apagada,
pero en mi memoria su estampa grabada:
en el patio inmóvil, con su medio en calma,
con su tomate partío y su mirada anclada.