
Tiempos de odio desatado,
de un suelo roto, sin justicia,
un país vilmente desgajado,
hundido en negra inmundicia.
Manadas ciegas y calladas,
que creen que el abismo pasa,
sin ver que en sombras encerradas
su cobardía es su amenaza.
Monstruos, locos, desalmados,
pederastas y ladrones,
coca y oro acumulados,
silenciando mil horrores.
Hijos de sexos corrompidos,
apareados en la escoria,
criaturas de cieno ungidos,
con su miseria por memoria.
Psicópatas de cruel instinto,
hedonistas sin conciencia,
rodeados de perros extintos,
que lamen fétida indulgencia.
Pléyades de cerdos viles,
de almas rotas, sin pasado,
hienas putas, seres viles,
bastardos de horror forjado.
Ceremonia de tragedia,
herencia echada a la basura,
dilapidada entre epidemia
de putas, drogas y locura.
Rastreros hijos de cerdas,
pagando por su agujero,
llenándolo sin reserva
con lo más sucio del suelo.
¿Quién los parió? Nadie sabe,
abortos de la indecencia,
engendros de un lodo infame,
esperpentos sin conciencia.
Y tú, borrego podrido,
que sufras lo que has parido,
pues tu silencio fue abrigo
de su festín corrompido.
Violaron hijos e hijas,
y tú callaste en la herida,
pensando en torpe delirio
que al fin se irían con el frío.