
Cristales de mil colores,
para ver un mundo incierto,
donde pintan de lo cierto
ilusiones y fulgores.
Todo quieren que reluzca,
con el tono que prefieran,
pues las voces que disientan,
en el aire se difractan.
Nadie habla, nadie dice,
solo el mudo ve el alba,
y aquel que a la luna ladra,
se deshace y se deslice.
Oyes golpes en tu puerta,
sin pecado ni condena,
mas el miedo, en su cadena,
hace el alma estar despierta.
Es el yugo del agravio,
del que siempre está ofendido,
del que arrastra hasta el olvido,
del que impone su calvario.
Y sin ver cómo ha pasado,
con las fauces de alimañas,
alimentas cada mañana
su voraz y cruel bocado.
Cuatro muros, puerta impía,
ya no hay prisa, ya no hay nada,
pues la vida está sellada,
en su lenta letanía.
Aunque aún sigas despierto,
aunque el cuerpo aún camina,
ya la sombra te domina,
y el destino es tan incierto.
Mira el cielo, desvaído,
mira el blanco de su muerte,
pues si el mundo es tan hiriente,
ya no hay juicio ni un sentido.