
Cuando el cuerpo se cansa y se agota,
cuando el quejido de su voz se nota,
te va la vida, y ya no hay derrota,
que no sea la muerte que al fin azota.
No queda otra suerte ni otra herida,
ya nada importa, la lucha es perdida,
solo el quejido en su queja encendida,
del que, postrado, sufre la partida.