
Ya nada me ata aquí,
Mientras mi cuerpo se deshace,
Ya el día nada trae,
Y la noche la tristeza,
Ya no hay sueños que alcanzar,
Ni horizontes a los que llegar,
Que solo llega el dolor,
Encaramado en tu cuerpo,
Diciendo con grito en pecho,
Que ya llegó el momento,
Que ya es su derecho,
De posarse en mi cuerpo,
Que gallardo un día,
Ahora en postrer lecho,
Yace deshecho,
Sin casi poderse mover,
Y soporto casi todo con entereza,
Salvo cuando mano de mujer,
Limpia con esa poca gana,
Lo que nunca tuvo que ver,
Y aparecen las escaras,
Los ardores, el picor,
La agonía, la desazón,
Tantos nombres de dolores,
Que no tienen compasión,
Y miro al claro cielo,
Que es el techo de una habitación,
Y con fervor, con pasión,
Pido a ese dios,
En el que no creo,
Que, si existe, que, si es,
Que termine la agonía,
De este pobre ser,
Y aquí sigo tendido,
Sin motivo, sin querer,
Por esa maldita compasión,
Tan malamente entendida,
Que a un perro se le quita la vida,
Y a un ser humano, no.