
El ritmo de las canciones,
tonadas de mil razones,
compases de la existencia,
ecos de nuestra paciencia.
Olvidos de amores idos,
sufrimientos ya vividos,
restos de memorias vanas
que el tiempo barre y desgrana.
La vida, en su lento andar,
es canción que cuesta oír,
llueve, el cielo quiere llorar,
el día se niega a sobrevivir.
La ventana, con su cristal,
llora callada, sin gritar;
el vaho, en su piel sombría,
borra lo que antes existía.
Siluetas pasan lejanas,
tras de la traslúcida ventana,
a cien kilómetros o mil,
continua, cansina, allí.
Cercanas, tan de verdad,
que puedes, en la humedad,
ver su aliento que, en el frío,
se hace vapor, se hace río.
¿Podridos en su interior?
¿Víctimas de otro dolor?
Depende del día incierto,
hoy es gris, pesado y muerto.
El vaho insiste, constante,
tapándolo todo al instante.
Pasas la mano y descubres
huellas que en su piel encubres.
Siluetas que nada dicen,
que callan y que se eclipsen.
La calle calla, es su modo,
la vida pasa entre todo,
entre el vaho que difumina,
entre lo que no termina,
y más allá de la ventana,
la sombra se convierte en vana.