Casi anochecía, apareció Isa, arrebatadora como siempre.
– ¿Qué hacéis aquí?, -preguntó.
-Cenando, hija mía, -le respondió Gonzalo- que está la cosa muy mala, ¿quieres un bocata?
-Vale, suspiró Isa sentándose en la gradilla al lado de Gonzalo, ese día llevaba pantalones, lo hizo más relajada.
-¿De qué?, -le preguntó Gonzalo.
-Antonio, -grito Isa- uno de jamón y una cerveza.
-Como se nota la nómina, Lázaro, ¿has visto?
Lázaro sonrió, tenía muy bien leída la cartilla, contra menos hablara, mejor.
Isa sacó la cabeza para hablar con Lázaro.
-¿Que le has dado a Paqui, que jura que eres un caballero y un filósofo?
-¿Yo? -respondió extrañado Lázaro señalándose con el botellín el pecho.
-Sí, -insistió Isa- asegura que tienes una cabeza y forma de entender la vida que es la leche, vamos que no parecía Paqui.
-Yo no le he dicho nada de nada, -y miró a Gonzalo como disculpándose- sólo le respondía a las preguntas que me hacía.
-Qué, ¿es que tiene que pedirte permiso para hablar? -le preguntó Isa mirando fijamente a los ojos de Gonzalo.
-Niña, que este tiene los huevos negros, a mí no me mires, lo que no sabía es que tenía un filósofo al lado, -le respondió Gonzalo y siguió comiendo.
-¿Qué coño os traéis vosotros, que os han visto arrear cosas al anticuario?, -preguntó Isa.
-Unas cosillas que me dejo mi tío, -respondió Gonzalo- las hemos vendido y casi hemos ligado doscientos euros, pero ya no tenemos más.
-¿No las habréis robado? -preguntó Isa con cara de enfado.
-Vamos, parece mentira, que nos conocemos desde hace años Isa, ¿tú me has visto alguna vez hacer algo así?
-No, la verdad es que no.
-Pues la duda ofende, -Gonzalo respondió enfadado de veras, él no había robado nunca.
Gonzalo agachó la cabeza, se le quitaron las ganas de hablar, malditos cotillas que llevaban la vida de todo el mundo como si fueran los jueces de la forma de vivir y de buscarse la vida cada uno.
-Nos tenemos que ir de aquí Lázaro. -comentó Gonzalo malhumorado.
-¿Si?, -se extrañó Lázaro, que era el convidado de piedra.
-Ah, ¿entonces Lázaro vive contigo? -preguntó Isa como mujer que era.
-De momento sí, -contesto Gonzalo, que terminaba la cerveza.
Isa comenzaba a comerse el bocadillo de Jamón y la cerveza que le había acercado Antonio.
Gonzalo se levantó y se fue cerca del mostrador, le pagó a Antonio.
-Isa que nos vamos, que tenemos faena aun.
-¿A dónde vais, me vais a dejar sola?, -preguntó Isa con cara de extrañeza.
-Te dejamos en buena compañía, con Antonio. -Gonzalo dio la vuelta y sin mirar atrás salió del ultramarino, Lázaro lo siguió como si no existiera otra posibilidad.
-Eso no está bien, Gonzalo.
-Olvídame Lázaro, que no eres mi padre, ni siquiera mi amigo, joder.
Lázaro se calló, no era el momento, Gonzalo estaba enfadado no por lo que le había dicho Isa, sino porque no quería tener a Isa, Lázaro lo leyó como si fuera un libro “como coño me he vuelto tan listo”, pensó, joder vaya días locos, sintió que si se paraba a pensarlo se volvería carne de frenopático, así que solo siguió a Gonzalo hasta el apartamento, siempre sin alcanzarlo, y sin ganas de hacerlo tampoco.
Cuando llegaron al apartamento, Gonzalo cogió del frigorífico una cerveza, entró en su cuarto, antes de cerrar, le comentó a Lázaro.
-Coge lo que quieras, -cerró la puerta y no volvió a salir, Lázaro se echó en el sofá, puso el ventilador y se quedó escuchando los murmullos de la gente que pasaba por la estrecha calle, sin darse cuenta se quedó durmiendo.
Gonzalo cerró la puerta, dobló la almohada y se reclinó en la cama, puso el ventilador, no cabía otra, y mientras bebía, pensó en que hacer, por supuesto el pequeño apartamento ya no le servía, además estaba interesado en la amiga de Lázaro, comprobar que podía hacer, pero para eso necesitaban un sitio mayor, tenían dinero, además quería alejarse de Isa, el tenerla cerca, sólo eso era un suplicio, el poder ir a su casa en dos minutos, llamar y que te abrieran era una posibilidad a la que tenía que resistirse continuamente.
Cogió las piedras, se puso las tres en la mano, la verde brilló apenas un poco y cayó en un sueño profundo.
Se levantó, casi despegándose de las sabanas, el hilo de babas era grande, entre eso y el sudor de la noche se sintió asqueroso, miró el móvil, las nueve de la mañana.
Fue al cuarto de baño, estaba descansado, pero a la vez tenía el sopor de una siesta de verano, se metió en la ducha y dejó que el agua fluyera un buen rato, fría al cabo de un momento, y se sintió bien, se puso la sudada ropa del día anterior.
Cuando salió, sobre la mesa estaba el café, una baguette y mantequilla, Lázaro no estaba, desayunó con ganas, apenas estaba terminando cuando apareció Lázaro, venía con dos bolsas.
-Terminando de llenar el frigorífico, -comentó, y sin más colocó el contenido de las bolsas en el frigorífico y en las estanterías.
Cuando terminó se sentó al lado de Gonzalo.
-¿Hoy que toca?, -preguntó mientras untaba un pedazo de pan con mantequilla.
-Hoy compras, -respondió Gonzalo con la boca llena.
-¿Ya se te ha quitado la mala leche?, -le preguntó Lázaro.
-No me jodas Lázaro, que…
-Ya, Isa, -adivinó Lázaro- joder que historia, los amantes de Teruel, tonta ella y tonto él.
-Oye, que el que estaba tonto hasta hace unos días eras tú.
Lázaro agachó la cabeza, se sintió avergonzado.
-Perdona Lázaro, que estoy medio tonto, -le pidió disculpas Gonzalo, lo sentía de verdad.
-Vámonos, -continuó Gonzalo, aun con el pedazo de tostada sin tostar en la boca.
Gonzalo tomó camino hacia el centro, conocía a uno que trabajaba en una tienda de telefonía cerca del Ayuntamiento, a pocos metros de donde vivía.
Subieron la empinada cuesta. En cinco minutos estaban allí. Entró en una tienda de telefonía.
-Juanito, -saludó Gonzalo.
-Dichosos ojos, -se extrañó el dependiente- hace tiempo que no te veo.
-El curre, Juanito, este es Lázaro, un colega.
Se estrecharon las manos.
-Tío, -le pidió Gonzalo- un plan de telefonía que me regale un móvil, ¿tienes de eso?
-Tengo uno barato, pero te cuesta el teléfono, lo pagas en dos años.
-Dos líneas, con datos, muchos, que no se quede corto. Enróllate, que estamos tiesos como una regla de cuarenta metros.
-Mira, por veinticinco euros al mes, y te va este teléfono, -enseño un Smart Phone, de categoría media- y dos líneas, pero en la misma cuenta.
-Vale, -lo admitió Gonzalo- pero no quiero pagar el móvil mes a mes, dime cuánto.
-El móvil, ciento cuarenta euros, la cuota se te queda en dieciocho euros.
-Ese mismo, -asintió Gonzalo, ya habría tiempo de cambiar si no iba bien.
-¿Tienes nómina?, -preguntó Juan.
Gonzalo sacó la nómina de la excavación, la primera y única, se la dio, junto con la cuenta bancaria.
-Ahora mismo te la activo.
-El número mío que sea el mismo que tengo ahora, -le gritó Gonzalo.
-Sin problema, pero te doy el móvil nuevo, y mañana venís a recoger tu tarjeta, tengo que activarla en la central y hasta mañana no me dan la autorización, ¿al contado?
Gonzalo asintió con la cabeza. Y sacó un pequeño lio de billetes, el gordo lo llevaba en la bota. Puso los billetes en el mostrador.
-¿Regalarás algo?, -preguntó Gonzalo.
-Dos fundas protectoras, poco más, que te lo doy a coste casi.
-Tomate algo Juanito, dime que pierdes dinero y ya me lo creo todo en la vida.
Juan sonrió, se la había metido doblada, cinco pavos mensuales eran para la tienda.
Salieron de la tienda, Lázaro ya tenía móvil, si les hacía falta llamar por teléfono ya lo tenían. Nada más salir, Lázaro le ofreció el móvil.
-Qué no Lázaro que es tuyo, mañana recogemos mi tarjeta.
-Gracias Gonzalo, -respondió Lázaro agradecido y extrañado, nadie se había portado tan bien con él cómo Gonzalo.
-Ahora vamos de compras, aquí al lado hay una tienda de ropa usada, coge ropa para tu amiga, si sabes su talla, o mejor, cógela más grande, por si acaso te equivocas, y no te cortes con la ropa, es muy barata, y después piedra azul y como nueva.
Lázaro sonrió, cuando llegó a la tienda, se hartó de coger ropa, era chula, alguna muy vieja pero buena, también cogieron cazadoras de cuero, y alguna ropa de abrigo, era el momento de hacerlo, con el calor nadie las quería y estaban regaladas, salieron de la tienda con dos bolsas de basura llenas, apenas cien euros y tenían ropa para aburrir, volvieron a casa de Gonzalo, Lázaro estaba feliz, no había tenido tanta ropa y tan bonita en toda su puta vida, y ahora se preguntaba por qué, pero mejor no recordarlo, era un hombre nuevo.
Llegaron a casa de Gonzalo, y antes de colgarlas en el único armario, el del dormitorio de Gonzalo, les pasó la piedra azul, las prendas relucían como nuevas, tanto qué daba pena ponérselas, Lázaro se conformaba con verlas.
Salieron de nuevo, esta vez cogieron un taxi, que los llevó hasta el polígono, era ya la una de la tarde, pero no iban a coger máquinas viejas.
-Lázaro, vamos a buscar una nave vieja, que nos la dejen barata, y a ver que encontramos, porque aquí, vamos a fundir el teléfono.
Una larga caminata apuntando teléfonos y llamando, apenas si necesitaban doscientos metros cuadrados y si además tenía una edificación que pudiera acogerlos sería perfecto; se movían ambos por la parte antigua del polígono, no necesitaban publicidad, ni muchísimo menos.
-Pero Gonzalo, no tenemos coche, ¿cómo vamos a llegar aquí? -preguntó Lázaro.
-Los problemas uno a uno, pero no te preocupes que tengo carnet de conducir. Además tenemos que irnos de la zona vieja, ya has visto como nos controlan, si queremos que funcione la cosa, vamos a confiar en las piedras y en la discreción.
-Lo que tú digas pero no lo veo.
Se les hizo el mediodía, y comieron en uno de los restaurantes del polígono, ocho euros por barba, abundante y buena, apenas terminaron, salieron de nuevo.
Serían las seis de la tarde cuando vieron una vieja nave, no muy grande, destartalada y vieja, muy vieja, Gonzalo pensó que podría ser un buen lugar, estaba separada del resto del polígono, de hecho era un camino de tierra el que llevaba a ella, y se veía en la misma una chimenea, llamó al número y le explicaron que tenía quinientos metros, y se la alquilaban en quinientos euros, muy caro para una nave de ese tipo.
Encontraron otra más moderna y pequeña, pero al final estaba entre todas las naves, por lo que la intimidad que pretendía Gonzalo no era la suficiente, así que a las once de la mañana quedó en ver la nave.
Pero Gonzalo no estaba contento, tuvo un presentimiento, siguió andando un largo trecho casi perdido el signo de la civilización, por caminos de tierra, y llegaron a una parcelación de diez o doce casas alejadas las unas de las otras por mucho espacio, Gonzalo la recorrió, y en la más alejada esquina, vio una casa con el cartel de “Se Alquila”, lo que pudo ver le gustó, era una casa, y al lado una nave cerrada, la casa parecía humilde y de construcción mejorable, pero no estaba abandonada, además al acercarse, unos perros le dieron la bienvenida.
Llamó al teléfono que estaba escrito en el cartel, le pidieron de alquiler cuatrocientos euros, pregunto qué cuándo podía verla, le aseguraron que si esperaban media hora, la podría ver.
Gonzalo y Lázaro se sentaron en unas piedras al lado del camino de tierra que bordeaba la alejada casa, los perros ladraban, y a ambos le dolían los pies, ya estaba a punto de anochecer, cuando apareció una vieja furgoneta, de ella se bajó un tipo bajo y fornido con una ramita en la boca.
-¿Ustedes son los que han llamado?, preguntó, como si aquello fuera un tumulto de personal.
-Sí, nosotros somos, -contestó Gonzalo levantándose.
El tipo los miro de arriba a abajo, se acercó de nuevo al coche, y sacó un manojo de llaves.
-Un contrato de un año, renovable, cuatrocientos euros mensuales, hablaba mientras abría la cancela, y además les daba voces a los perros que callaron al verlo volviéndose sumisos.
– La parcela tiene tres mil metros, la casa doscientos y la nave casi trescientos cincuenta.
Abrió la puerta de la casa, estaba de pena, muebles viejos encontrados Dios sabe dónde, a la entrada un salón con chimenea, de él salían cuatro dormitorios, una cocina vieja y cochambrosa con los electrodomésticos llenos de polvo y viejos como todo lo que allí había. Un patio pequeño, dos cuartos de baño, bueno, uno un aseo con una pequeña ducha, esa era la casa.
Salieron por el patio, y por una puerta lateral el tipo abrió una puertita que comunicaba con la nave, ésta estaba llena de cachivaches, arreos de todo tipo, estanterías viejas, vigas, hierros, sólo una mitad estaba casi libre, el cemento parecía reventado y en el techo se podían ver los claros de lo que, con el agua, serian goteras.
-Esto lo limpiaríamos nosotros, en eso no hay problema, se lo dejaríamos libre, comentó con la desgana que produce la repetición el arrendador.
-Eso no nos importa, nosotros mismos lo limpiamos si nos quedamos con esto, pero el alquiler es caro, si se queda en trescientos cincuenta mensuales, nos lo quedamos, ya.
-Pero esto vale más, -les aseguró el tipo.
-Esto está fatal, -le replicó Gonzalo- pero le doy cuatro meses de fianza, y le ofreció la mano al tipo.
Este dudó un poco, pero al final se la estrechó.
-¿Cuándo queréis el contrato?, -pregunto el hombre.
-Cuanto antes mejor, -respondió Gonzalo- tenemos que hacer mejoras, y va a llevar tiempo.
-Mañana mismo si queréis.
-Pues nos vemos, ¿a qué hora?, ¿en el bar que hay en frente del Ayuntamiento?
-A las doce de la mañana, ¿les parece bien?
-Perfecto, -asintió Gonzalo- ¿va para Córdoba?
-Sí -le contestó el hombre.
-¿Nos puede acercar?
El hombre les indicó con la mano que subieran.
Salieron del camino de tierra.
-Qué, ¿vais a vivir aquí?
-Sí, -contestó Gonzalo- además restauramos cosas, y así nos ganamos bien la vida, artesanía pura.
-Pero, ¿eso deja dinero?
-Lo suficiente para poder pagarle y comer bien, y guardar un poquito.
-¿Sois pareja?, -le preguntó el tipo sin disimulo.
-No, sólo amigos, trabajamos en lo mismo, -respondió Lázaro que se había mosqueado.
Llegaron a la avenida de Barcelona.
-Aquí os dejó, mañana os llevo el contrato, el tipo le había sacado una foto con el móvil al DNI de Gonzalo. Tiene luz y agua, apuntad el contador cuando lleguéis y me lo mandáis por el móvil, ¿vale?
-De acuerdo, -comentó Gonzalo despidiéndose del tipo a través de la ventanilla.
-¿Te ha gustado? -le preguntó a Lázaro.
-Mucho trabajo el que nos espera, pero me gusta, el problema es que yo no sé si tengo carnet. O siquiera, si sé conducir.
-No importa, los problemas…
-Uno a uno y conforme vienen, -terminó la frase Lázaro.
Gonzalo sonrió, si al final le iba a coger cariño a esa persona que sin saber cómo había sacado del limbo.