CAPÍTULO III. A Pesar de Todo

Gonzalo abrió los ojos, “hostia, que dolor en la cabeza”, pensó, estaba incómodo, se movió un poco, y sintió como caía rodando, se volvió a hacer daño, más del que ya tenía. Se aposentó, el sitio donde estaba hora era más sólido, no creía que cayera, pero no estaba seguro, no veía una mierda.

Se tocó la cabeza, le dolía como nunca lo había hecho, “joder que dolor”, se tocó y notó algo líquido y espeso, era sangre, recordó lo que había pasado, el hijo de puta de Ambrosio le había dado con lo que fuera.

Se acojonó, lo habían tirado en cualquier hondonada para quedarse con el oro, se tenía que haber metido la lengua en el culo, pero ya era tarde, sintió como un escalofrío le recorría el cuerpo, estaba muerto para los de arriba, nadie vendría, así que seguro que estaba muerto también de verdad, tocó todo y comprobó que era roca sólida lo que le rodeaba, apenas un agujero era el sitio donde lo habían tirado, macizo y duro, además, estaba mareado, muy aletargado.

Se recostó contra una piedra, intentando poner sus pensamientos en su lugar, el miedo se estaba apoderando de él, y así no iba a ir a ningún lado, no le gustaba la oscuridad, y no es que fuera claustrofóbico, solo que no le gustaba estar encerrado en un sitio que no conocía, a oscuras y con un trompazo en la cabeza.

Se la volvió a tocar, ya no salía sangre, pero tenía una costra de coágulos que le marcaba todo el pelo, le habían dado bien.

-“Tranquilo Gonzalo, tranquilo” pensó, corriendo no vas a ningún lado.

Retomó el ritmo de la respiración, y a pesar de que la cabeza le latía como si fuera un gigantesco corazón, su pulso se bajó, hasta parecer normal a pesar del miedo que tenía encima.

Miró las opciones, ninguna buena ¿Qué hacer?, seguir, por supuesto, estaba entero, no tenía nada roto a pesar de que le dolía el cuerpo por todos lados, las rodillas, los codos, las manos, pero tenía que intentar encontrar el modo de salir de allí.

Se puso a gatas, y con la mano fue tocando las paredes que eran de piedra, y frías, el agujero era profundo; continuó hasta que dio con un sitio donde su mano se movió libre en el aire, no tropezó, avanzó hasta que su frente dio un golpetazo contra la fría roca, se había hecho daño de nuevo, “tranquilo Gonzalo, tranquilo”, pensó de nuevo, no tenía necesidad de hacerse más averías, pero eso de no ver lo ponía enfermo, quería luz, pero allí no había ni el más mínimo atisbo.

Agachó la cabeza, pero no era suficiente, se tumbó en el suelo y reptó, avanzó ayudándose de los brazos y de las piernas, pero aquello era cada vez más angosto, otro escalofrío le recorrió la espalda ¿y si se quedaba encajado allí?, y pensó en la terrible muerte que le esperaba, pero pasó el estrecho corredor que le pareció de kilómetros, aunque sólo tuviera quince o veinte metros.

Allí se ampliaba, se puso de rodillas una vez que comprobó con los brazos que podía hacerlo, hizo lo mismo y de nuevo  se puso de pie; despacio, muy despacio, fue apoyándose en la pared, intentando sacar una imagen mental de donde estaba, recorrió unos metros de pared, pero no estaba de suerte, la roca sobre la que se apoyaba cedió, y dio de bruces contra las rocas, se partió el labio, y notó como la sangre la salía del mismo, y además dolía, eso de que se enmascaran unos dolores con otros es una mierda de mentira, los sentía todos, todos y cada uno.

Al venirse abajo las rocas una oquedad pareció ofrecérsele delante, movió el brazo y nada se oponía, avanzó arrastrándose con mucho cuidado, pues algunas rocas cortaban como si fueran navajas, la camiseta de verano que vestía estaba destrozada y no le protegía el cuerpo de nada de lo que allí le intentaba causar daño.

Subió un montón de rocas, y resbaló poco a poco en la cara contraria, seguía sin ver nada, se sentó apoyado en una de las rocas de no sabía dónde, tenía que recuperar el aliento y decirle a su corazón que se tranquilizara.

Ni ojos aclimatándose a la oscuridad ni nada, allí no se veía una mierda, entrecerró los ojos intentando ver algo, pero era misión imposible, aquello estaba más cerca del infierno que de la tierra, lo habían matado dos veces, pensó.

Durante un instante sintió que no merecía la pena seguir, que era inútil, casi se le saltaron las lágrimas, pero llevaba solo demasiado tiempo como para venirse abajo, no había salido de otras peores, pero sí de algunas muy gordas.

Descansó un buen rato, posiblemente se quedó durmiendo pero él no se dio cuenta, sólo que cuando abrió los ojos le dolía más aun, casi insoportable, y la cabeza lo hacía aún más, cosa que no habría creído antes de cerrar los ojos, y sed, tenía sed de caballo, la boca seca como si no hubiera bebido en toda su puta vida.

Se adormilaba por momentos y no quiso, se repuso, le costó trabajo pero lo hizo, siguió tocando hasta que sintió un lugar en el que notó que no había roca, lo más desesperante, es que no había ninguna corriente de aire que le indicara que aquello tenia salida.

Se tiró al suelo, no quería romperse de nuevo la frente contra cualquier roca, que siempre eran más duras que su cabeza, que además le dolía como si la hubiera prestado; esta vez, el camino era más ancho, levantó la mano, pero volvió a tropezar con la roca a apenas treinta centímetros, siguió reptando, se desmayó, no sabía el tiempo que había estado caído, pero la sed ya era insoportable, así como el dolor de cabeza, además sentía como las fuerzas se le escapaban.

Se tocó la cabeza, seguía sin salir sangre, eso le tranquilizó y siguió arrastrándose, de pronto, en apenas una décima de segundo el suelo se abrió debajo suya, y sintió como quedaba en suspenso durante un instante, después se precipitó por la abertura que había creado, “la palmé”, fue lo que pensó, pero cayó sobre agua, un gran manto de agua, se zambulló en ella dando un panzazo enorme y levantando el agua a su alrededor, sintió miedo, pero este despareció cuando vio que podía apoyarse en el suelo, apenas si el agua le llegaba por la cintura, se dejó caer dentro, sintió como se le iba el calor del cuerpo y el frío del agua le despabiló. Estaba fría como si fuera invierno, pero era Agosto, así que esa agua nacía del interior de la montaña.

Miró a su alrededor, un brillo como verde salía de una sala de diez metros por diez metros, las paredes cortadas a pico, casi perfectas, miró hacia arriba y vio el enorme agujero por el que había caído, unos dos metros, había tenido suerte con el agua, si no, se hubiera hecho bastante daño.

Se quedó un buen rato mirándolo todo, estaba en una alberca de cuatro metros por dos, hecha de algo parecido al alabastro, intentó rasgar la piedra con la uña, pero el material era duro, muy duro, cortado perfectamente, sin ninguna imperfección como si fuera fácil trabajarlo, y la alberca tenía años, muchos años.

De una ranura de la roca salía agua hacia la alberca, y en el lado contrario, el agua desaparecía en otra roca, casi fundiéndose con la misma. Volvió a beber agua, y miró a su alrededor, un extraño brillo, tenue, pero suficiente, le permitía ver la sala, salió de la alberca, se sacudió como los perros hacen y caminó por la misma, tocó una a una las paredes, pero parecía sólida, aquello no tenía escapatoria, la había jodido bien, pero por lo menos no se moriría de sed.

Se dejó caer contra la roca y sin quererlo se volvió a quedar durmiendo, cuando despertó, estaba débil y tenía frio, le costó trabajo volver a conectar, se frotó los brazos y las piernas, intentando entrar en calor, lo que le costó un enorme esfuerzo, no solo era él, allí también hacia frio y humedad, se acercó a la alberca y volvió a beber con ansiedad.

Se limpió la cabeza, y notó la tremenda herida que tenía detrás, era como de ocho centímetros, pero superficial, ahora ya casi no echaba sangre, se miró el resto del cuerpo, se limpió, y vio que lo que tenía era leve; salvo lo de la cara, no tenía nada roto, aunque allí no le sirviera de nada.

Volvió a apoyarse en la pared, y con infinita paciencia que no sabía de donde salía, porque él lo único que quería era gritar, palpó centímetro a centímetro toda la extensión de la enorme sala, a punto estaba de darse por vencido, en ese momento se volvió a derrumbar un trozo de la misma, apenas lo había rozado.

Se quedó una oquedad de veinte centímetros de diámetro, miró en el agujero, era otra sala, mucho más pequeña, de apenas seis metros cuadrados, enfrente suya se veían extraños signos y en el centro una mesa, que pivotaba sobre dos enormes piedras del mismo material que la alberca.

Le dio dos patadas a la pared con las botas de trabajo, lo más duro que tenía, y se echó hacia atrás, despacio, casi medido el movimiento, la pared se vino abajo, pasó  a la pequeña sala, y miró en la mesa.

Estaba tachonada de signos como jeroglíficos tallados en el duro material, y en el centro regularmente puestos, tres agujeros; miró en ellos y vio en cada uno una piedra de un tamaño de unos tres centímetros por dos caras, y en las otras apenas un centímetro, una verde otra azul, y otra roja.

Dudó durante un momento, pero cogió la azul, nada sucedió, cogió la roja, tampoco, cogió la verde y ésta emitió un ligero resplandor apenas visible, y se sintió bien, la cabeza cesó de dolerle, y las demás heridas se fueron mitigando poco a poco, la dejó en su mano, se sentía bien con ella cogida, y siguió mirando la habitación que mostraba más jeroglíficos, deseó haber tenido un móvil, tenía uno, pero sin saldo, así que no lo llevaba nunca, sintió un  ruido tras de sí, y la pared se fue desgranando hasta ofrecer un hueco por el que podía caminar sin agacharse, no se lo pensó dos veces, el hueco estaba tenuemente iluminado, lo tomó, y a su paso, la tierra, se iba deshaciendo, ofreciéndole un nuevo sitio donde caminar, miró hacia atrás y vio, como el techo se desgranaba también, cayendo al suelo conforme él caminaba, se asustó, así que hizo lo único que podía hacer, seguir el camino que la roca disgregada le indicaba.

Más de cincuenta metros, cuando un resplandor le molestó los ojos, era la superficie, aún de noche, el pálido fulgor de la lejana ciudad le molestaba, salió, y oyó como todo se cerraba tras de él, si allí había estado alguien nadie lo sabría, toneladas de tierra lo tapaban todo.

Se sentó sobre una piedra, intentando repasar lo que le había pasado, respiró profundamente, no sabía lo que le había sucedido, pero estaba fuera, y las luces de la ciudad alumbraban lejanas, pero ahí estaban, había salido del infierno al que le habían condenado esos hijos de puta.

El problema era que posiblemente estarían buscándole, o quizás no, pensó en ir a la policía, era lo más sensato, apretó la piedra y ésta se apagó, la apretó de nuevo pero seguía apagada. Que cosa más rara pensó de nuevo.

La metió en el bolsillo del pantalón de faena, sintió algo raro, lo tocó y notó como estaba nuevo, y eso que tenía más años que Matusalén y más rotos que partes sanas, a la poca luz que había se lo miró de nuevo, estaba impoluto como si lo acabara de comprar, se iba a volver loco, ese pantalón era el mismo con el que se había arrastrado por la cueva, así que no podía estar bien, era imposible.

Intentó hacer algo, cogió una de las piedras, la roja, tocó con ella una roca cercana, esta empezó a temblar, casi como si le salieran arrugas y se deshizo hasta convertirse en tierra, la dejo caer al suelo, estaba asustado, la recogió con precaución, a él, no le había hecho ningún daño, tocó otra roca, la misma operación, se quedó convertida en un montón de polvo.

Metió la piedra en el bolsillo, y cogió la verde, tocó una roca y nada pasó, tocó una rama quebrada, y el palo se enderezo y mágicamente mostró una hoja verde, volvió a alucinar, el golpe en la cabeza le había hecho daño, más daño de él que él creía.

Instintivamente se tocó la cabeza, buscó el golpe, la cicatriz, pero no había nada, “joder que locura”, se miró las manos, ni un rasguño, todo estaba como si no hubiera pasado nada, ahora ¿a quién denunciaba?, lo tomarían por loco, ¿qué le habían reventado la cabeza y lo habían tirado a un hoyo?, ¿dónde está la herida?, joder, se sintió impotente, volvió a pensarlo de nuevo, ¿qué coño pasa?, joder y un escalofrío le recorrió la espalda.

Jugó con las piedras en la mano, no sabía que eran, que poder tenían, pero de lo que estaba seguro es de que no podía volver a su casa, si eran un poquito desconfiados, los que lo habían intentado matar, podían estar esperándolo, él quizás era un poquito temeroso, pero no dejaba de ser una posibilidad, además le quedaba el largo camino a Córdoba, y no sabía siquiera donde estaba, por si fuera poco el hambre le corroía las entrañas, y no tenía ni un puto euro en el bolsillo, en su piso algo, pero poco.

Se  tocó el pelo, vio en la distancia las luces, y decidió que tenía que bajar de una vez, que allí no hacía nada. La noche era cerrada, apenas si había luna, y no se veía un pimiento, miró hacia abajo un rato, y vio al cabo de unos minutos, una luz de coche que subía por la retorcida y estrecha carretera, hacer autostop con la pinta que tenía imposible, pero lo primero que tenía que conseguir era llegar, calculó que estaba a más de cincuenta metros de alto de la carretera, bajar de noche por allí era una locura, lo pensó mejor, volvió a las piedras, hizo con arena y ramas una especie de nido y se echó a dormir, mejor hambriento que despeñado, se quedó frito al instante.

Lo despertó la luz, estaba en un pequeño bosque de eucaliptos, sobre lo que eran unas ruinas que no podía adivinar, pero que se encontraban a bastante altura, quizás casi en lo más alto de Trassierra, miró y estudió todo, pero no vio ninguna forma segura de bajar, era empinado y lleno de rocas, enormes rocas.

Se desperezó todo lo que pudo, entonces vio su camisa hecha jirones, pensó en las piedras, cogió la azul y toco la tela de la camiseta, sintió como un leve cosquilleo y cuando miró hacia abajo vio como la camiseta se le ofrecía de nuevo como si acabara de comprarla, alucinaba, pero tenía tanta hambre que no le prestó más atención.

Cogió el camino que más fácil le pareció, se dejó caer por la abertura que le ofrecían dos rocas, apoyó las botas, y antes de darse cuenta, estaba dos metros más abajo, el granito tenía la corteza corroída y se despegaba al menor contacto, se tocó la espalda, estaba harto de golpes, parecía hijo de primos hermanos.

Pero vio a pocos metros un estrecho camino hecho por los ciclistas o por las cabras, le daba igual, lo tomó y serpenteando llegó al cruce de Trassierra, pensó que aquello estaba a más de diez kilómetros de la explotación arqueológica ¿tanto había recorrido?, joder que lio, pero ya estaba en un sitio conocido, se sentó en una piedra con la mano en alto y el pulgar hacia arriba, estaba cansado de golpes, de andar, de todo, solo quería comer algo.

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