
Seres extraños, seres locos,
que en mi mente crean aparatos,
recorren sus pasillos silentes,
donde el día aún no siente
la llegada de la noche.
En la claridad diáfana y derroche,
de la soledad insistente,
veo rostros dolientes,
semblantes de almas muertas,
de memorias inciertas,
la mía misma, en agonía,
premonitoria y sombría,
cansada, casi cadavérica,
crecida en queja tan tétrica.
Sin orla de oscuridad,
aura clara, sin voluntad,
sin sombra alguna, solo claridad.
Terrible y deslumbrante verdad.
Pero en la claridad surgen sombras,
claras, oscuras, que te asombras,
de seres idos y almas remotas,
de muertos en sendas ignotas,
en un reflejo que hondo retumba.
Veo en esa luz que zumba,
sombras oscuras y claras,
sombras tenaces, sombras raras.