
No sé ni la hora que es,
esa es la vejez,
esa sensación extraña,
de que el tiempo ya no engaña,
y alborea la madrugada,
cuando aún la sombra helada
todo lo cubre con su velo,
mirar la ventana en duelo,
a la ciudad adormecida,
sin propósito ni vida.
Y comienza un nuevo día,
la inutilidad, la agonía,
un despertar sin demora,
cuando el trabajo implora.
Ahora…, nada, vacío,
un silencioso desafío.
Y se marcha la mañana,
la tarde también se allana,
se va,
la noche queda,
nada…, nada que enreda.